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Mayores Hoy
Superviviente del campo de exterminio de Auschwitz
El suyo es de esos testi-
monios vivos que nadie
debería permitirse el
lujo de desaprovechar.
“El olvido –expresa la
propia Ida en la contra- gida a las tristemente céle-
portada del libro en el
que recoge los quince
meses que vivió en el campo de exter-
minio– sería aún más intolerable que
los hechos mismos”. Invitada por el
Liceo Francés, Ida ha querido hablar,
una vez más, y ante más de ochocien-
tos alumnos, de la dura experiencia
que a ella, junto a millones de perso-
nas, le tocó vivir. Su visita se hacía
coincidir con una fecha muy concreta:
la del 27 de enero, un aniversario más
de la liberación de Auschwitz; y en la
que ahora toda Europa celebra el día
de la Memoria del Holocausto y de la
prevención de los crímenes contra la
humanidad.
– Enero de 1944, han pasado práctica-
mente sesenta años y Usted era, cierta-
mente, una niña. ¿Recuerda su captura?
¿Me pregunta si la recuerdo?...
Hasta los cien años que viviera podría
recordar perfectamente cómo fue
todo, paso a paso y minuto a minuto.
En 1940, año de la invasión alemana
en Francia, mis padres me enviaron
acogida con una familia en la provin-
cia francesa de Poiton, porque hacía
tiempo que presentían que algo malo
podía ocurrir. El momento de mi
arresto, el viaje en tren y la llegada al
campo son tres instantes muy marca-
“No aprendemos de las lecciones de la historia”
54 Sesenta y más
IDA GRINSPAN
Ida Grinspan contaba exacta-
mente catorce años en el
momento de su captura y de
ser trasladada a Auschwitz;
por su edad hubiera sido diri- darmes franceses, y venían a arrestar-
bres cámaras de gas, pero su
aspecto rollizo y un especial
peinado –que le hacían apa-
rentar algo mayor– fueron,
sencillamente, lo que le per-
mitió continuar con vida.
Afirma que seguirá ofreciendo
su testimonio mientras tenga
fuerzas para hacerlo y que
sobre el Holocausto nazi se
sabe bastante, “se sabe
mucho, sí”, pero que no se ha
hecho justicia.
dos, muy presentes en mi recuerdo.
Nos avisaron a las doce de la noche
de un día de enero; aquella noche
escuchamos un coche. Eran los gen-
me. Recuerdo que quise escapar, pero
cuando oí cómo le decían a la señora
de la casa: “Si no nos das a la peque-
ña, nos llevaremos a tu marido”, pre-
ferí entonces entregarme yo misma:
para mí era muy fuerte que se llevaran
a su marido y que yo siguiera allí.
– Tras la liberación, en 1945, y al no
encontrar a sus padres, supo que les
había perdido. ¿También a ellos les
recuerda con mucha claridad?
Absolutamente. Eran sastres y tra-
bajaban en casa. Yo permanecí con
ellos en nuestra casa hasta los diez
años, y de ellos conservo recuerdos
preciosos. Ellos me hablaban mucho
de Polonia, pero en Francia también
se encontraban muy a gusto porque
para ellos representaba la tierra de la
libertad y de la democracia; por eso se
vinieron a Francia. La captura de mi
madre fue en el año cuarenta y dos,
en una primera redada que hicieron
contra mujeres porque hasta ese
momento cogían únicamente a los
hombres. Estando ya en Poiton, aco-
gida con aquella familia, yo mantenía
correspondencia con mi padre y fue él
quien me informó del arresto de mi
madre.
– Le pregunto qué siente hacia los ver-
dugos que fueron capaces de algo así.