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Informe ¿ES ÉTICAMENTE BUENO VIVIR Y MORIR EN SOLEDAD?
cunstancia de estar solo, o estado de
tristeza y melancolía provocado por la
ausencia de una persona o cosa, y aún
yendo más lejos, Unamuno decía que
había una soledad más intensa que la
provocada por la ausencia de personas o
cosas, y esta era la soledad absoluta, la
completa, la verdadera soledad consis-
tente en no estar ni aún consigo mismo.
Por eso, sentirse sólo, es la sensación taba el poeta Cernuda: “cómo llenarte
que más preocupa y padecen nuestros
mayores, porque no sólo supone la sole-
dad física, sino también el apartamien-
to personal de los demás (familia, ami-
gos, sociedad, etc.). La primera suele
llamarse “aislamiento”, mientras que la
segunda, que tiene una connotación de
sentimiento o conciencia de auténtica
soledad, se la llama “solitariedad”.
Otros distinguen entre soledad física
(persona que esta sola), soledad habita-
cional (persona que vive sola) y soledad
moral (persona que se siente sola).
Dentro de las distintas situaciones de
la soledad en la vejez, también conviene
precisar, para clarificar el grado de
maleficencia o no beneficencia de cada
una de ellas, que una cosa es la soledad
y otra bien distinta el aislamiento desde
el punto de vista ético. En la soledad
uno puede estar sólo o acompañado,
pues lo que importa es el sentimiento de
sentirse solo, sin embargo, en el aisla-
miento se está irremisiblemente solo,
pues se siente uno abandonado.
El aislamiento es una situación don-
de faltan, en la mayor parte de las oca-
siones, presencias humanas cercanas
(es un hecho social). En la solitariedad,
no es preciso que haya carencias físicas
o ambientales de otros seres, sino que
se da la vivencia de encontrarse sin
nadie más que uno mismo, indepen-
dientemente de que haya alguien más o
menos próximo o cercano a uno (es un
hecho personal). La primera modalidad
tiene una fácil solución: acompaña-
miento y presencia. La segunda,
requiere dar un salto más y exige que
48 Sesenta y más
esa presencia sea de auténtico encuen-
tro humano, o yendo más lejos, reclama
el sentirse acompañado y lleno por algo
que sea o represente un horizonte de
sentido (alguna persona querida o que
precisa nuestra ayuda, ideas y senti-
mientos positivos sobre nuestra vida,
motivos reales de felicidad, creencias
religiosas felicitantes o consoladoras,
etc.) o por la misma soledad como can-
soledad sino contigo misma”.
En la vejez se dan ambas soledades
(solitariedad y aislamiento): la primera
como señal de abandono y desamparo
de los demás, y la segunda, como indi-
cador de vacío y ausencia de nada que
llene nuestra intimidad o vacío existen-
cial. En todo caso, tanto cuando la sole- tiempo libre (viajes, bailes, clubes, jue-
dad en su sentido más positivo sea bus-
cada y deseada, como cuando en su
sentido negativo sea impuesta y forza-
da, habrá de ser canalizada y afrontada
para que pueda vivirse sanamente, des-
de sentimientos de no-amargura, no-
desesperanza, no-tristeza, no-pesadum-
bre, no-angustia,... y sí de aceptación,
esperanza, calma, serenidad y paz inte-
rior. Desde esta comprensión y actua-
ción bipolar, según el tipo de soledad
que se tenga, podemos decir que la
soledad es menos soledad cuando se
vive en compañía, siquiera cuando esta
compañía sea de la propia soledad.
LA SOLEDAD COMO PROBLEMA ÉTICO
Una vez que se llega a esa etapa
denominada “tercera o cuarta edad”
cambia la imagen y el sentimiento
social de la vejez y comienza la sensa-
ción, para muchos de los mayores, de
haber perdido muchas de las cosas que
se han ido acumulando a lo largo de la
vida: trabajo, nivel económico, amigos,
unión familiar, pareja, vínculos socia-
les, salud, habilidades funcionales,...
Ante esta percepción de privaciones y
mermas, unidas con los indicios de
posibles deterioros físicos o mentales,
enfermabilidad, aislamiento, decrepi-
tud, etc., muchos ancianos se hacen la
siguiente pregunta: ¿somos realmente
útiles?, ¿servimos para algo?, ¿tiene
razón nuestra existencia?, ¿para quién
somos realmente ya importantes?... Al
no desempeñar una función social
específica ni estar activos laboral o
familiarmente, su sentimiento de inuti-
lidad y de confusión en cuanto a su
papel social, con frecuencia los lleva a
la depresión y a replegarse sobre sí mis-
mos. A esta marginación social suele
sumársele la automarginación de la
propia persona anciana.
Por otro lado, la mayoría de las per-
sonas que envejecen descubren que su
gos, reuniones, etc.) no consigue satis-
facer plenamente sus necesidades per-
sonales. Muchos de estos entreteni-
mientos y diversiones, no terminan de
llenar ese vacío que provoca el estar
socialmente desocupado. Contra esto es
difícil proponer medidas realmente efi-
caces, algunas de ellas desde la moder-
na psicología, pero puede ser todo un
reto en una sociedad como la actual.
De hecho, en una sociedad como la
presente donde la meta fundamental
es la producción de bienes y servicios,
el trabajo aparece como el medio por
excelencia para ganar el respeto de
los demás y fomentar la autoestima.
Retirarse del trabajo (jubilarse) es cul-
turalmente sinónimo de no hacer
nada y por lo tanto, significa no-ser-
nadie-socialmente. De ahí que la jubi-
lación signifique una pérdida de la
identidad social y que se tienda a per-
cibir a los ancianos como agentes
pasivos que sólo reciben y no aportan
nada. Triste lema el de “vivir para tra-
bajar” porque no todo en la vida
humana debe reducirse a producir tra-
bajando. Quizá este defecto del mun-
do actual debe corregirse con este
otro lema que bien podría convertirse