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A partir de aquí, nuestra vida familiar y laboral dio un giro de 180 grados; tuve que dejar
de trabajar, ya que a los sucesivos y largos periodos hospitalarios, se le sumaban terapias
diarias de Atención Temprana, rehabilitación y estimulación.
Además, y aún más importante, nuestra hija mayor de tan solo 3 años, pasó totalmente
a un segundo plano y a ser atendida por otros familiares.
Nuestra segunda casa empezó a ser el hospital y nuestra segunda familia el personal
hospitalario. Poco a poco, fueron surgiendo miles de incertidumbres, tanto para nosotros
como para los médicos, ya que no tenían respuesta a todo lo que le estaba sucediendo a
Luis.
Se podía observar en él:
- Limitación funcional en el miembro inferior.
-Cierto retraso mental.
-Disminución de eficiencia visual.
-Hipoacusia media en ambos oídos.
-Fisura palatina.
-Hipotonía muscular generalizada.
-Problemas en la coordinación y el equilibrio.
-Retraso en el lenguaje.
-Dificultades en el aprendizaje.
-Numerosas enfermedades del aparato circulatorio, digestivo y urinario.
- Y anomalías congénitas en el corazón.
El día a día con Luis, se fue haciendo cada vez más difícil; todo eran
complicaciones, incertidumbres e inconvenientes y,… Llegó la hora de
plantearnos el ir al colegio… ¡madre mía! Con un hijo que acababa de
empezar a andar, que prácticamente no hablaba y que era totalmente
dependiente de un adulto.
El centro de Estimulación Temprana al que asistía, nos orientó sobre los
pasos a seguir para solicitar la minusvalía y para que le realizasen el
dictamen de escolarización.
En dicho dictamen se decidió que fuera a un centro ordinario, con los recursos de:
pedagogía terapéutica, educador, audición y lenguaje, y fisioterapeuta. Así empezó su camino
de superación entre niños a los que se les llama “normales”.
Poco a poco fue haciéndose un hueco entre todos
sus compañeros, ya que sus limitaciones físicas y
psíquicas se compensaban con la dulzura y cariño que
Newsletter CREER Nº 89 Mayo 2019 ~ 21 ~