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a abeja común (Apis melli- dice que desde Plinio a Büchner, las la curación humana a través del
fera), sin duda, el insecto abejas no habían tenido un historiador veneno de la abeja. Se trata de una
más útil para el ser humano, tan concienzudo y tan profundamente especialidad médica relativamente
en todos los sentidos, ha lla- observador como este sabio alemán. novedosa en nuestro país, pero de
tratamiento antiquísimo, porque ya
Lmado la curiosidad del hom- LA APITERAPIA los antiguos egipcios, como se ha
bre desde la Antigüedad. podido comprobar en los jeroglíficos
Aristóteles, Hesiodo, Catón el Viejo, Con este nombre se conoce a la estudiados, y también los sirios,
Varrón, Plinio el Viejo, Teofrasto, Colu- ciencia que se ocupa del estudio de babilonios y persas, en la Antigüe-
mela, Paladio, etc. se ocuparon del
estudio de las abejas.
Pero no fue hasta el siglo XVII,
cuando la sociedad occidental
comenzó a ir descubriendo algunas de
las innumerables virtudes de estos
maravillosos y útiles seres alados,
como consecuencia de un mejor cono-
cimiento de estos insectos, gracias a
los pioneros trabajos llevados a cabo
por el naturalista flamenco Clutius,
quien había afirmado, entre otras ver-
dades importantes, que la reina es la
madre única de todo su pueblo y que
posee los atributos de ambos sexos, y
del gran sabio holandés Swammer-
dam, creador de los verdaderos méto-
dos de observación científica, creador
del microscopio. Luego aparecen
otros investigadores, como el francés
Reaumur, quien dedicó toda su vida al
estudio de la formación de los enjam-
bres y al régimen político de las rei-
nas. Después vendrían Carlos Bonnet
y Schirach, que resolvió el enigma del
huevo real.
La apicultura moderna tiene un
nombre propio: Francisco Huber, un
suizo nacido en Ginebra (1750),
quien, a pesar de haber perdido la vis-
ta de pequeño, con la ayuda de un
criado inteligente y fiel, F. Burnens,
escribió su magna obra: Nuevas
observaciones sobre las abejas, cuyo
primer volumen fue escrito en 1789.
Más tarde, el inglés sir John Lubbock
comprobó que el color azul pálido era
el preferido de las abejas. Y, a
comienzos del siglo XX, el naturalista
Mauricio Maeterlinck, de quien se
la curación con el veneno de las abejas
Sesenta y más 43
fera), sin duda, el insecto abejas no habían tenido un historiador veneno de la abeja. Se trata de una
más útil para el ser humano, tan concienzudo y tan profundamente especialidad médica relativamente
en todos los sentidos, ha lla- observador como este sabio alemán. novedosa en nuestro país, pero de
tratamiento antiquísimo, porque ya
Lmado la curiosidad del hom- LA APITERAPIA los antiguos egipcios, como se ha
bre desde la Antigüedad. podido comprobar en los jeroglíficos
Aristóteles, Hesiodo, Catón el Viejo, Con este nombre se conoce a la estudiados, y también los sirios,
Varrón, Plinio el Viejo, Teofrasto, Colu- ciencia que se ocupa del estudio de babilonios y persas, en la Antigüe-
mela, Paladio, etc. se ocuparon del
estudio de las abejas.
Pero no fue hasta el siglo XVII,
cuando la sociedad occidental
comenzó a ir descubriendo algunas de
las innumerables virtudes de estos
maravillosos y útiles seres alados,
como consecuencia de un mejor cono-
cimiento de estos insectos, gracias a
los pioneros trabajos llevados a cabo
por el naturalista flamenco Clutius,
quien había afirmado, entre otras ver-
dades importantes, que la reina es la
madre única de todo su pueblo y que
posee los atributos de ambos sexos, y
del gran sabio holandés Swammer-
dam, creador de los verdaderos méto-
dos de observación científica, creador
del microscopio. Luego aparecen
otros investigadores, como el francés
Reaumur, quien dedicó toda su vida al
estudio de la formación de los enjam-
bres y al régimen político de las rei-
nas. Después vendrían Carlos Bonnet
y Schirach, que resolvió el enigma del
huevo real.
La apicultura moderna tiene un
nombre propio: Francisco Huber, un
suizo nacido en Ginebra (1750),
quien, a pesar de haber perdido la vis-
ta de pequeño, con la ayuda de un
criado inteligente y fiel, F. Burnens,
escribió su magna obra: Nuevas
observaciones sobre las abejas, cuyo
primer volumen fue escrito en 1789.
Más tarde, el inglés sir John Lubbock
comprobó que el color azul pálido era
el preferido de las abejas. Y, a
comienzos del siglo XX, el naturalista
Mauricio Maeterlinck, de quien se
la curación con el veneno de las abejas
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