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33 AÑOS CON DISTROFIA MUSCULAR FACIOESCAPULOHUMERAL


                  Me llamo Ana Isabel Álvarez. Todo comenzó cuando mi madre empezó con un dolor de
           espalda  limitante…  acudió  al  neurólogo…  pero  había  demasiada  lista  de  espera  para  ser

           visitada en un corto plazo de tiempo. La solución fue acudir a la consulta privada del jefe de
           neurología  para  que en  uno  días fuera  ingresada  y  la  comenzaran  a  estudiar.  Yo  tenía  13

           años.
                  Debieron llegar al diagnóstico exacto, pero mis padres no lo entendieron. En realidad,

           te dicen que tienes X, la enfermedad que te ha tocado, pero no te suelen explicar más… y

           como no entiendes nada, sigues buscando nuevos diagnósticos, como hicieron mis padres.
                  Al  año  siguiente  yo  comencé  con  un  intenso  dolor  de  hombro  derecho.  Fuimos  al

           médico y me mandaron a rehabilitación, la doctora que me vio se dio cuenta de lo que tenía

           (puesto que ya tenía los antecedentes de mi madre), pero no se atrevió a decírmelo. Me dio
           de alta diciendo que estaba curada. Volví al neurólogo porque mi dolor continuaba y entonces

           sí me dijeron lo que tenía. Lo recuerdo perfectamente… quien estaba en la consulta, cómo
           estaba distribuida… y las palabras del neurólogo: ”No te preocupes. Tienes lo mismo que tu

           madre. Te quedarás en una silla de ruedas. No te cases No tengas hijos. Esto va despacio”.
           Tenía 15 años. El dolor del brazo cedió y dejé de hacer gimnasia y deporte, para mi alivio.

                                                              No hicimos caso a los médicos, cómo van a

                                                       saber  lo  que  tenemos  si  no  explican  más.  Y
                                                       continuamos  visitando  médicos  y  curanderos.

                                                       Algunos  no  querían  visitar  a  mi  madre  porque  el
                                                       neurólogo  que  la  había  visto  ya  era  muy  bueno,  o

                                                       porque  no  se  podía  hacer  nada…  pero  seguíamos
                                                       sin  saber  en  qué  consistía  tener  una  distrofia  de

                                                       cinturas.

                                                              Yo  empecé  a  estudiar  enfermería.  Yo
           ignoraba a mi distrofia muscular, pero ella no me ignoraba a mí. Así que cuando un día quise

           correr no pude, otro día empecé a subir escaleras con dificultad, otro no pude seguir el ritmo

           andando en una marcha por el monte, otro subir los brazos…
                  Empecé  a  trabajar  en  un  hospital.  Allí  planteé  el  caso de mi madre  a  la  trabajadora

           social, y ésta al equipo de neurología. Nos atendieron muy amablemente, y nos explicaron

           Newsletter CREER Nº 93 Octubre 2019                                                                                                                                              ~ 18 ~
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