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virus, bacterias, etc. que rondaran cerca, avariciosa de mi, los cogía. Aunque también

          contribuía que mi sistema digestivo y respiratorio no funcionasen a pleno rendimiento.

          Esto  y  otro  cúmulo  de  sucesos  (facilidad  para  formarse  hematomas,  tendosinovitis,

          esguinces  de  repetición,  excesiva  hiperlaxitud,  hernias  discales,  escoliosis,  entre

          otros),  fueron  los  primeros  indicios  que  alertaron  a  mis  padres  de  que  algo  no  iba
          bien. ¿Pero cómo una niña tan chica…? No podía ser.

                  A pesar de todo, por extraño que pueda parecer, tengo una inmensa cantidad

          de recuerdos entrañables de esta época. A los 13 años, mi vida sufrió el primer giro

          brusco, que hizo tambalear los cimientos en los que se sostenía, poniendo mi mundo

          patas arriba.
                  Una tranquila noche de verano, mi sueño se vio interrumpido abruptamente por

          un dolor profundo y agudo, como consecuencia de haberse producido varias roturas

          neuro-musculares  espontáneas  en  el  gemelo,  que  me  provocaron  una  lesión

          permanente en unos de los nervios que discurren por la pantorrilla.

                  Tras este episodio, como si se tratase de la pieza clave para dar comienzo al

          “efecto dominó”, uno tras otro, fueron emanando distintos síntomas y/o procesos que
          me  condujeron  a  “tierra  desconocida”.  En  ese  momento,  las  pruebas  médicas  y

          consultas se multiplican exponencialmente según iban surgiendo los síntomas. Como

          suele ser común cuando se trata de enfermedades poco frecuentes, no seguían un

          patrón concreto y además, excepto una, no es de manual. Por lo que, hasta dar con el

          diagnóstico, oí una cantidad considerable de juicios clínicos, cada cual más variopinto
          y en ocasiones con nombres impronunciables. Si la memoria no me falla, creo que

          puedo contar con los dedos de una mano, aquellos especialistas a los que por suerte,

          no he tenido que acudir.

                  Multitud de interrogantes se agolparon en mi puerta (aún lo hacen), y  no podían

          dar respuesta a ellos, y a veces, ni obtenerlas por terceros. La incertidumbre que esto
          genera, desde mi punto de vista, es lo peor que se lleva.

                  Por  eso,  siempre  he  pensado  que  el  desconocimiento  o  la  escasez  de

          información te sitúa de cierta manera en un estado de vulnerabilidad. Te encuentras

          atado de manos y pies, dando palos de ciego, y pasos en falso, pero no puedes dejar

          de “andar”, o mejor dicho, no debes.






           Newsletter CREER Nº 78 Abril 2018                                                                                                                                                          ~ 23 ~
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