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circunstancias. Alumnos, estos últimos, que con frecuencia no se encuentran satisfechos
de su paso por la escuela (FEDER, 2013); e incluso, la abandonan prematuramente
(FEDER, 2009).

Las causas de esta insatisfacción pueden situarse en diferentes ámbitos. Unas se
derivan de sus problemas de salud, como recurrentes visitas a médicos, el dolor que
provoca la enfermedad, las operaciones quirúrgicas y la rehabilitación… que interrumpen
su participación en el aula y dificultan su identificación con el grupo de referencia.

Otras, son consecuencia de una falta de sensibilidad y/o preparación de los
docentes para entender y atender de modo adecuado sus necesidades. Necesidades que
a veces son médicas, como por ejemplo, cambiar de postura para evitar dolores, beber
agua para no deshidratarse, favorecer un momento de reposo…; otras son afectivas,
porque la propia enfermedad puede provocar incertidumbre, retraimiento y baja
autoestima; otras necesidades son cognitivas, cuando debido a una merma de la atención,
memoria y/o razonamiento precisan de programas específicos de aprendizaje; otras son
de comunicación, especialmente si no se le proporcionan sistemas alternativos de
comunicación, ayudas técnicas y apoyos verbales cuando presentan dificultades para
interactuar en conversaciones; otras son de recursos adaptados para poderse desplazar
más autónomamente, manipular objetos y realizar tareas de autocuidado; o para cubrir la
necesidad de vivir la amistad y de participar en actividades de juego y ocio, tanto dentro
del colegio (especialmente en el recreo); como fuera del centro (cumpleaños, ir a dormir a
casa de un amigo…).

Dada esta problemática, ¿Qué puede hacer la escuela para lograr una verdadera
inclusión de los alumnos con EPF? Esta exigencia no puede recaer exclusivamente en el
maestro tutor de aula, pues es compartida con la administración educativa y todos los
agentes educativos involucrados en su educación. No obstante, el docente sí tiene dos
responsabilidades, la de formarse en la enfermedad, para luego saber atender las
necesidades del alumno con EPF dentro de un marco inclusivo; y utilizar en el aula
metodologías que permitan al alumno con EPF interactuar con sus compañeros (hacer
propuestas, discutir/apoyar alternativas, recibir la felicitación/reprimenda del maestro…).
Porque sólo participando en actividades con sus compañeros, podrán conocerle y
valorarle, se sentirá parte del grupo y podrá construir una identidad individual fuerte.

El maestro debe empezar formándose en la enfermedad. Y, si el alumno todavía no
está diagnosticado, debe recabar datos sobre los síntomas y sus necesidades sanitarias,
afectivas y educativas. Para ello, debe escuchar a padres y al niño afectado, observar y
analizar sus capacidades y buscar información y ayuda para identificar esas necesidades.

Newsletter CREER Nº 56 Febrero 2016 ~3~
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