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Escenas



                 gallego ilustre, el artista contemporáneo Luís Seoane,
                 no dudó en escribir que “la sensibilidad gallega tuvo su
                 máxima expresión en la arquitectura y escultura romá-
                 nicas”, y reconoció a Mateo, como “el artista gallego por
                 antonomasia”, un genio por excelencia sobre cuyo su-
                 puesto retrato tenemos que darnos “croques”.
                 El Pórtico de la Gloria pertenece pues al raro y escaso
                 género de las obras maestras de la historia del arte, un
                 rango que le fue conferido precisamente por el inglés
                 G. E. Street en 1865, con estas palabras: “it was un-
                 doubtedly one of the most glorious achievements of
                 Christian Art”. Por ello, en ese mismo año, se iniciaron
                 los trámites para la realización de un vaciado en yeso
                 del mismo con destino al South Kensington Museum
                 de Londres -actual Victoria & Albert Museum-, donde
                 se colocó nada más y nada menos que junto al mo-
                 numental vaciado de Columna Trajana.  Por ello, en
                 su indiscutible calidad de obra maestra, el Pórtico de
                 la Gloria ha generado desde siempre –al igual que La
                 Gioconda o el Guernica–, la estupefacción del que la
                 contempla, alimentando en su enigma irresoluble le-
                 yendas y mitos sobre su autor y proceso de creación.
                 Así, el escritor romántico compostelano, Antonio Neira
                 de Mosquera, publicó en 1849 un relato titulado Histo-
                 ria de una cabeza. Tradición popular. Año de 1888, en el   “¿Estaran vivos? ¿Seran de pedra? /
                 que explicaba el solemne momento de la colocación
                 por parte del Maestro Mateo de los dinteles del Pór- aqués sembrantes tan verdadeiros,/
                 tico en 1188 -tal y como reza una doble inscripción-, e   aquelas túnicas maravillosas, /
                 identificaba además la figura arrodillada que, a los pies   aqueles ollos de vida cheos (…)
                 del conjunto, mira hacia el altar, como un retrato del
                 propio Mateo. Desde entonces, distintos autores como  parecen que os labios moven,
                 J. Villaamil y Castro, A. López Ferreiro, E. A. Roulin, E.   que falan quedo”
                 H. Buschbeck, A. K. Porter, G. Gaillard, J. M. Pita An-
                 drade, R. Silva Costoyas, M. Ward, J. Yarza, Y. Christe,  avanzados para su tiempo, algo que hoy en día se en-
                 S. Moralejo, R. Yzquierdo Perrín, M. Mateo Sevilla, F.  tiende como propio del denominado arte del 1200. De
                 Prado-Vilar, Rocío Sánchez, B. Nicolai o N. Rheidt han  ahí que López Ferreiro no dudase en afirmar que la
                 escrito valiosas y variadas páginas sobre el proceso de   fuerza del Isaías del Pórtico anticipa la del Moisés de
                 construcción del cuerpo occidental de la catedral, la   Miguel Ángel, o que Porter subrayase que el natura-
                 identidad de la figura de Mateo, el programa iconográ-  lismo de sus estatuas-columnas asusta, ya que éstas
                 fico de su obra, la calidad de su escultura o la fortuna   parecen venir hacia nosotros, como lo hará centurias
                 de la recepción del monumento. De ahí que no haya   más tarde los pleurants de Claus Sluter o la pintura
                 de extrañar el hecho que el año pasado el Museo del   del Quattrocento. Asimismo, para Moralejo, la historia
                 Prado no dudase en acoger una exposición dedicada   del arte, después de siglos, volvió a aprender a son-
                 al Maestro Mateo, con estatuas procedentes de la per-  reír en la risueña figura del Daniel de Pórtico. Además,
                 dida fachada occidental, alguna de ellas inédita.   tal y como he señalado en numerosas ocasiones, los

                 La soberbia talla de las estatuas del conjunto ha desa-  magníficos rostros de los cuatro profetas y apóstoles
                 fiado desde siempre su clasificación ad pedem literae  del arco central plasman en piedra los cuatro tempera-
                 en el románico o en el gótico, ya que la corporeidad  mentos humanos de Hipócrates y Galeno –sanguíneo
                 de alguna de sus estatuas (Santiago Mayor sedente)  (Daniel y Santiago), flemático (Jeremías y Pedro), me-
                 o la veracidad y variedad de caracteres de sus rostros  lancólico (Isaías y Juan) y colérico (Moisés y Pablo)–,
                 (Profetas y Apóstoles) adquieren un clasicismo y un  avanzándose así al famoso cuadro de los Cuatro Após-
                 pathos que convierten a Mateo y su taller en unos  toles de Durero en la Alte Pinakothek de Munich.



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