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| OPINIÓN
or la historia de las civilizaciones conocemos por los indicios ha-
Pllados en el ser humano, desde sus iniciales orígenes , poseía una
inteligencia, por primitiva que fuera, que desempeñaba dos principales
funciones: una le convertía en constante receptor pasivo de cultura y,
El ser otra, en agente activo de estudio e investigación, impulsado por una irre-
frenable curiosidad sin límites por cuanto le rodeaba, buscar explicacio-
humano nes y, también, por la necesidad de subsistir y mejorar las condiciones de
existencia. Ambas experiencias le llevarían por el camino del progreso,
como aunque fuera lentamente. Cualquiera de nosotros puede observar estas
manifestaciones intelectuales (no es cursi aplicarles este concepto, son
receptor realmente así), en un niño de pocos meses, que empieza su inteligencia a
despertarse, al principio levemente, pero, en continuo aumento y cada vez
con más intensidad. Y pronto, no se contentará con ser solamente acep-
de tante y recibidor de instrucción, sino que comenzará a hacer preguntas, a
querer informarse del porqué de las cosas; iniciándose en la pequeña sa-
saberes biduría del ser humano. Digo todo esto porque la vida humana, a lo largo
de su trayectoria, es una perenne escuela, siempre fresca y lozana para
aprender, hasta el final. De buen o mal grado, no dejaremos de aprender
cada día. Y si prestamos atención a los muchos avatares y acontecimien-
tos que se producen y somos protagonistas, testigos o de alguna mane-
ra tenemos relación o conocimiento con ellos, este aprendizaje aumenta
considerablemente. Y nos lleva a pensar, sacar enseñanzas y conclusio-
Ángel Las Navas Pagán, nes de tales eventos, formando en nuestra mente doctrina de esa práctica
periodista y escritor
filosofía al alcance de todos, que es consecuencia de la experiencia, es
decir, del paso por la amarga escuela que es la propia vida como decía
anteriormente. Hay un viejo refrán castellano que dice: “para verdades,
el tiempo…” Efectivamente el tiempo nos depara, inexorablemente, toda
clase de evidencias y sapiencia. El hombre siempre está aprendiendo…
de alguna forma. Como sabe el lector hay variadas maneras de aprender,
recordando al clásico podríamos pensar que “son muchos los caminos
que conducen a Roma”.
El cultivarse y formarse intelectualmente es pulimentar la piedra preciosa
del talento, que nos ha sido dado como formidable don y constituye bási-
camente la principal herramienta para labrar nuestro porvenir. Sin talento
apenas podemos hacer nada, con él somos capaces de notables acciones,
conquistas en diversos campos y grandes prodigios y hasta de transforma el
mundo. Otra destacada faceta de la inteligencia es la facultad de disfrutar
con todas las maravillas que existen pródigamente y en multitud de formas
en la Naturaleza y en el Universo; así como, ya en otro orden, en todas las
expresiones del Arte, la Ciencia, la Técnica, el Deporte, el Turismo…, sin
olvidar a la vida espiritual que es alimento del alma. No cabe duda de que
Dios ha hecho al hombre rey de la Creación y esto lo intuyen hasta los pue-
blos más primitivos y atrasados de nuestro planeta. Por supuesto, la dife-
rencia del hombre con el fascinante mundo de los irracionales es inmensa,
pese a los instintos desarrollados de éstos y sus especiales condiciones.
Deducción: explotemos al máximo el talento en beneficio de la comunidad
a la que pertenecemos y también en provecho propio de conformidad con
nuestros principios éticos, consiguiendo de este modo la más completa rea-
lización de nuestra personalidad.
66 Más fijos