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i uno viaja cómodamente
sentado en el autobús y
desea ceder su asiento a
una persona mayor, pero
“no puede”, es que, proba-
blemente, está ingresando
Sya en ese ridículo eufemis-
mo llamado “tercera edad”. Sociólogos y
psicólogos siempre se han interesado por
la distintas crisis que el ser humano atra-
viesa a lo largo de su existencia, y la del
envejecimiento parece constituir un
momento decisivo. En realidad, es un
período normal en nuestra evolución.
Pero son muchas las personas que sien-
ten miedo a envejecer y lo sufren de for-
ma traumática. Empiezan a reflexionar
sobre la vida pasada y lo que les queda Controlan bien el estrés, la ira, los mie- contra estas rigideces. Máxime cuando
de la futura de una manera más pesi- dos, la ansiedad e incluso la tristeza. Son es un hecho incontrovertible que la
mista que realista. La simple idea –antes las que han aprendido a envejecer con expectativa de vida rondará pronto los
apenas inexistente— de la muerte, aso- dignidad. Las que han asumido el enve- 100 años. Por lo que no se trata de aña-
ma ahora a menudo en su mente, con su jecimiento biológico, pero no el conjunto dir años a la vida, sino calidad de vida a
rostro fantasmal. Han de enfrentarse a la de mitos y prejuicios impuestos por pre- los años: salud, amor, dinero, cultura,
paradoja de Mark Twain: “Todo el mun- siones sociales y económicas. Es preci- sexo, diversión y relaciones personales.
do quiere vivir mucho, pero nadie quiere so, pues, desterrar tópicos y rebelarse En suma, que, parafraseando a Oliver
envejecer”.
En el ámbito familiar, también se dispone
ENVEJECER NO ES ENFERMAR...
de una excelente oportunidad para
Muchas personas en vías de envejecer crear una nueva clase de relación con hijos
o viejas no son neuróticas. Ni inválidas.
Ni tontas. Ni mucho menos, enfermas. y nietos, mucho más enriquecedora
Wendell, “¡Tener sólo 100 años sea algo
más alegre y esperanzador que tener ya
cuarenta!”
En este sentido, las modernas investi-
gaciones de gerontólogos y psicólogos
están orientadas, por tanto, a eliminar la
imagen del jubilado que “mata el tiem-
po alimentando palomas”, “apoltronado
permanentemente en su casa ante el
televisor” o “sentado en un banco del
parque lamentándose con otros de sus
nuevas dolencias”. Los estudios geriátri-
cos inciden en la apremiante necesidad
de que los jubilados o próximos a serlo
planifiquen con tiempo esta extensa eta-
pa que se presenta ante ellos, dada hoy
la larga esperanza de vida. Y no sólo en
términos económicos, que también,
sino, principalmente, en una prepara-
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