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Conforme  el niño/a  va  creciendo  irá  adquiriendo  nuevas  necesidades  o situaciones
        en las que necesite de vosotros, su familia, para ayudarle a solventarla. Una de las
        necesidades fundamentales será la de aprender a comunicarse. Sin duda es de vital
        importancia para poder entendernos y hacer de este modo una convivencia más cómoda
        y fluida para todos.

        No cabe duda que toda ayuda nunca es poca en cualquier situación o dilema que la
        vida nos plantea, pero creo que todos estaremos de acuerdo en que en esta vida no
        hay  libros de  instrucciones  que  te  resuelvan  el  100%  de  tus  problemas.  De  hecho
        habitualmente  la  realidad  supera  a  la  ficción.  Llegados  a  este  punto,  me  gustaría
        aprovechar la oportunidad para compartir la experiencia de mi familia y por supuesto,
        mi experiencia propia.

        Durante mi infancia fui a la guardería como cualquier otro niño de esa edad, con la
        diferencia de que cuando necesitaba ir al baño mi madre tenía que dejar la tienda donde
        trabajaba para ayudarme, ya que las profesoras no podían dejar la clase para atenderme.
        Por las tardes me llevaban a fisioterapia en el instituto Guttmann en Barcelona. De
        momento no parece que aquellas “necesidades especiales” sean muy diferentes a las
        de otro niño, pero teniendo en cuenta que en esa época vivíamos en Lérida capital los
        viajes en coche hasta Barcelona a menudo resultaban agotadores. Y para rematar el día
        a día, después de la maratoniana jornada me llevaban a natación por temas de salud.
        Siendo totalmente sincero, echo la vista atrás y no alcanzo a entender  como mi cuerpo
        aguantaba semejante periplo.


        Así transcurrieron algunos años hasta llegar al colegio. En un principio, me pudieron
        matricular pero no me concedieron un monitor, lo cual obligaba a mi madre a venir si
        necesitaba algún tipo de ayuda. Esta situación no duró mucho, ya que al poco tiempo
        me  concedieron  un  monitor  pero  no  durante  todo  el día  lectivo.  A  pesar  de  ello la
        situación seguí obligando a mis padres a ir al colegio si necesitaba algo. Casi siempre
        acudía mi madre, y probablemente por ello, el vinculo madre-hijo entre nosotros fue
        más que especial. Aún recuerdo lo mucho que me gustaba salir de clase y abrazarla,
        era lo mejor del día con diferencia. Con mi padre era algo diferente, él me invitaba a
        merendar y era entonces cuando lo abrazaba.

        Entre viajes y meriendas llegué a una época algo menos inocente. Yo tendría unos 11
        años, mi madre nos propuso a mi hermana y a mi ir a visitar a un hermano suyo para
        pasar el verano con él a Andalucía. En mitad del verano mis padres nos preguntan a mi
        hermana y a mí si queremos vivir en San Pedro y al instante aceptamos sin pensar ni
        por un segundo lo que significaba realmente ese “sí”. Un sí que cambiaria las vidas de
        nuestra familia para siempre. Pasaríamos de cuatro integrantes a cinco en unos pocos
        meses. Mi madre encontró trabajo como camarera en una cadena de hoteles bastante
        conocidos en San Pedro con unos horarios no muy flexibles. Pero aun así buscaba la
        manera de estar conmigo y que no me sintiera una carga. En esos años ya era consciente
        de muchos  sacrificios que mi madre hacía por mí y por mi hermana sin pedir nada a
        cambio (excepto un beso por las mañanas), pero le toco un niño muy empalagoso y no
        se llevaba un beso… más bien cuatro o cinco. Salir de casa era bastante difícil ya que
        la calle donde vivíamos era bastante complicada maniobrar con la silla, y para animar
        un poco, la acera casi siempre había más de un coche con el morro sobresaliendo, lo
        que para mí se convertía en una pista de obstáculos, lo  que en ocasiones nos obligaba
        a mi hermana, a mi madre y a mí  a maniobrar (en las que alguna vez lastime a mi
        hermana y a mi madre intentando bajar una acera). La nueva integrante fue una perra
        adulta propiedad de mi tío a la que poco a poco todos le fuimos  cogiendo cariño. En
        septiembre fui un colegio en San Pedro. Tuve la grandísima suerte de que  la tutora de
        aquel año comprendía mi situación y se volcase conmigo a la hora de ayudarme con


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