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ciudad de donde yo soy, no había especialistas por lo que debía solicitar el traslado fuera

           de mi comunidad autónoma, a Madrid, al Hospital de La Paz.
                Si enterarme de lo que tenía ya fue duro, sé que me creeréis muchos cuando os digo

           que el papeleo que tuvimos que hacer y el sentirme un conejillo de indias fue mucho peor.

           Por si no tenía poco ya, los médicos de la Seguridad Social querían volver a repetir todas
           las pruebas, ya que era irregular que me mandaran a otro hospital sin haber sido ellos los

           que me habían dado el primer diagnóstico.

                En este momento cambié, vi como mi mundo se derrumbaba a mis pies, de ser una
           niña  alegre,  me  volví  triste;  de  ser  cariñosa,  me  volví  huraña  y  agresiva.  Todo  me

           molestaba, las pruebas, los viajes, ir al psicólogo, mi madre, las clases…Tiré mi vida por la
           borda, me sumí en una depresión y veía mi vida pasar sin tomar parte de ella. Sentía que

           no era una mujer, que no valía para nada, que no merecía la pena vivir, e incluso hubo
           intentos de suicidio, que por suerte para mí se quedaron en eso, en intentos.

                Buscaba un culpable y en aquel momento lo fueron mis padres, en especial mi madre.

           Hoy  ya  sé  que  nadie  tiene  la  culpa,  pero  en  aquel  momento  había  que  buscarlo  para
           descargar la rabia y la frustración que sentía. Así estuve cerca de 8 años.

                Con 18 años me operaron y me hicieron una vaginoplastia. Parecía que poco a poco
           la vida volvía a su cauce, acudía al psicólogo y al psiquiatra, y con su ayuda fui encauzando

           poco a poco otra vez el camino. Pero con 23 años volvieron los dolores, las noches en el
           hospital y con ello la depresión. En 2009, después de entrar dos veces en quirófano (en la

           segunda  me  dio  reacción  alérgica  la  anestesia  general),  me  realizan  una  histerectomía

           parcial y los dolores fuertes se acabaron.
                Pero hay secuelas, tanto físicas como psicológicas. Siempre tengo un remanente de

           dolor en la barriga, unos días más fuerte pero la mayor parte de los días es soportable y

           hernias  que  me  salen  en  las  cicatrices  de  las  operaciones.  Lo  peor  para  mí,  son  las
           secuelas  psicológicas,  en  ocasiones  aun  pienso  que  soy  medio  mujer,  que  no  estoy

           completa, y estos pensamientos me dificultan las relaciones interpersonales.
                Hoy  vuelvo  a  ser  una  persona  feliz,  con  un  proyecto  de  vida,  quiero  acabar  mis

           estudios y encontrar algo donde trabajar y poder ayudar a gente que lo necesite. Aunque en
           ocasiones tengo que recordarme que soy una persona normal con una enfermedad que es

           la rara y no yo.


            Recuerda: Una  de  las  mejores  formas  de  dar  a  conocer  las  Enfermedades  Raras  es  a  través  de  vuestros
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           Newsletter CREER Nº 69 Mayo 2017                                                                                                                                    ~ 21 ~
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