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SIN LÍMITES







                        De viento y porrazo







        Estamos a Viernes, sobre las 14:00 horas, con la perspectiva de la finalización de una
        dura semana de trabajo y el comienzo de un buen fin de semana.

        A las 15:00 horas iría a casa a comer, para volver
        aquí, para terminar todo el trabajo que no ha
        dado tiempo a finalizar durante los anteriores
        días y así poder atender las demandas de mis
        clientes, a esos entes/personas  a los que te
        esfuerzas  en  atender,  porque  al  fin  y  al  cabo
        la  empresa,  su  única  misión  es  apretarte  un
        poquito  más  las  tuercas  y  pagarte  a  fin  de
        mes.  Sin clientes atendidos,  ni empresas,  ni
        empleados, ni sueldo a fin de mes. Pero eso no
        lo entiende la empresa. Su único entendimiento
        es  apretar  al  empleado  y  a  día,  sin  importar
        otros considerandos de sus asalariados.


        Antes de que llegue la hora de ir a casa, aun restan 10 o 12 llamadas de teléfono que
        atender y 4 0 5 visitas con las prisas de última hora a resolver entuertos que no han
        hecho antes.


        Llega la hora de irse y se hace. Cogemos el chaquetón y el casco integral (el que hace
        un par de días me  han regalado mi mujer y mi hijo) decían que el anterior estaba ya
        viejo y no debía de estar en todas sus facultades. Arrancamos la “motito”, sin la cual
        es imposible moverse cómodamente por la ciudad. En dirección a casa se aprecia un
        vientecito notable, aunque no superior a otras veces. No recuerdo otra cosa que una
        sombra muy cercana que veo con la parte superior de los ojos y siento un impacto en
        la cabeza. A partir de ahí me hundo en un pozo sin fondo del que no salgo hasta que
        con mucha dificultad se me van aclarándolas ideas y la mente, y voy entrando en lo
        que se llamaría “realidad” y comenzando a ver y percibir a personas de mi entorno:
        mi padre, quien me informa de que he tenido un percance con mi moto en un lugar
        de la avenida en el que había una serie de vallas de plástico triangulares de las que
        se  utilizan  en  las obras  como  indicadoras,  las cuales  campan  por  sus  respetos  por
        la Avenida sin que estén reglamentariamente unidas entre sí, o al suelo, o llenas de
        líquido o Arena, lo que las hace menos movibles. En esos momentos ya percibo con
        toda mi alegría a “la de los pelos blancos” como yo denomino a mi mujer, quien me
        dice que estoy o voy para la UCI, donde según el transcurso de mi estado, igual me
        han de intervenir quirúrgicamente. En el lugar de las luces brillantes y las batas verdes
        estarán el cirujano Peñas y sobre todo mi antiguo amigo del alma, Momo, siempre a mi
        lado en otros momentos de mi vida en los que ha habido un bisturí o una venda de por
        medio, lo que me da una absoluta tranquilidad. Esa tranquilidad emana también de la
        presencia, siempre muy tranquilizadora, de la de los pelos blancos y mi hijo.


        A partir  de ese momento, en el que me llevan en camilla, mis percepciones son ya muy


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