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CUESTIÓN DE ACTITUD
Recuerda Calleja que cuando estaba en la cima de aquella vida
profesional, ganándose sus buenos cuartos, vio que aquello para
él no daba más de sí. El cambio llegó sin lamentos ni añoranzas.
Siguió su vocación, esa vocecita que nos mete en problemas,
y fue a parar al lejano Katmandu para convertirse en guía de
expediciones al Himalaya. Ganando la vigésima parte de lo que
ganaba en aquella peluquería leonesa. Cambiando por puro
placer. Porque los cambios son ventiladores que provocan
muchos movimientos en nuestras vidas y en las de los demás.
Siempre hay tiempo para el cambio y para levantarse tras un
golpe, como reiteró a todos aquellos que le prestaban toda su
atención, “No se acaba todo por lo que os haya pasado. Sois
personas con toda la vida por delante y con todo el derecho
del mundo a ser felices. En ese tercio de la vida en el que os
toca trabajar vuestros cuerpos, trabajad con ganas. Hay que
levantarse cada día pensando que vamos a ser los mejores en la
rehabilitación y que tenéis un plan para ello”.
Nadie dijo que fuera fácil, pero esta ruta solo tiene una
dirección. El propio Calleja despejó las dudas de que aquello
fuera una matraca propia de libros de autoayuda. Con toda
honestidad, insistió en que “alguno podrá decir que yo no tengo
rehabilitación con ilusión ya te va vuestro problema. Sé que no estoy en vuestra situación, pero
a hacer diferente. Así vas a encon- no os puedo decir otra cosa. Por estar en una silla de ruedas
trar alegría de verdad”
no me dais pena. Lo siento, pero es así. Tenéis una enorme
Y es que nadie habla con más co- capacidad de crear, cultivaros y hacer mil cosas… Y claro,
nocimiento de las batallas que ha también de dar y recibir amor. Podéis ser brillantes”. En el
librado. Calleja echó la vista atrás Planeta Calleja no se admite la autocompasión en la mochila.
cuando era un joven que detesta-
ba su ocupación de entonces: la
peluquería. Aquel reducido entor-
no oprimía sus ganas de conocer
mundo, hasta que hizo un trato
consigo mismo para cambiar la
cara y el fondo a esta monoto-
nía. Calleja se miró ante aquellos
grandes espejos ante los que cor-
taba el pelo de tantas señoras y se
dijo “No me gusta, pero voy a ser
el mejor”. Y vaya si lo consiguió. No
solo aquella peluquería se convir-
tió en una de las más famosas
del León de los años 80, sino que
cambió la manera de entender el
negocio a profesionales y cliente-
la. Y entonces llegó el gran salto
mortal.
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