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| OPINIÓN





                                               n general, para que la vida humana resulte agradable, se precisa de un en-
                                         Etorno atractivo y acogedor. Y este aliciente, si cabe, lo necesitan más los
                                         niños y las personas mayores, más sensibles al ambiente que les rodea. No es
        ECOLOGÍA                         algo extraño que los adolescentes y los ancianos (y no me gusta emplear esta

        Y ORGANISMO                      palabra porque no corresponde a la realidad, pues la ilusión por vivir, la mente y
                                         el corazón, nunca envejecen) necesitan en las grandes urbes de parques y jardines
        EN EL TURISMO                    suficientes. El jubilado, después de muchos años de trabajo, anhela disfrutar de

        DE LOS                           un merecido descanso en un ambiente propicio. Y si no lo encuentra, empiezan
                                         sus dificultades. La vida que ya de por sí tiene bastantes problemas, se le torna
        MAYORES                          todavía más amarga y despiadada. Esto es un hecho evidente. Y si de la ciudad
                                         pasamos al campo, a la naturaleza, donde esta nos brinda grandes o insospechados
                                         deleites para el cuerpo y el alma, constituyendo siempre una importante cura de
                                         relax y salud; tenemos que, tanto para los niños como para los mayores, es una
                                         extensa fuente de bienestar y gozo. Pero acontece, lamentablemente, que existe
                                         un constante deterioro por una larga serie de motivos de esta naturaleza tan ex-
                                         celsa y maravillosa que poseemos. Los hombres, en una carrera ciega y absurda,
                                         estamos destruyendo nuestro bonito y hermoso planeta. Las consecuencias son
       Ángel Las Navas Pagán             harto previsibles. Si nuestras ciudades se están convirtiendo en agobiantes junglas
                                         de asfalto y cemento, con abundante contaminación, excesivos ruidos y peligrosa
                                         delincuencia, y nuestros campos y sierras, con sus sugestivos y bellos paisajes, se
                                         transforman en vertederos, terrenos de suciedad y conglomerados inmensos de
                                         edificaciones que, ante el afán de ganancias millonarias de las inmobiliarias, no
                                         respetan la naturaleza, un triste porvenir nos aguarda a todos, especialmente para
                                         los niños y personas mayores, que, en lugar de disfrutar sus incontables magnifi-
                                         cencias y bondades, padecerán inexorablemente de un conjunto de males sin fin,
                                         producto de un progreso material mal orientado. Entonces habrá que calificar a
                                         nuestra civilización, con todos sus espectaculares inventos y adelantos, de fatal y
                                         trágica. Todo esto hay que decirlo para crear una opinión pública poderosa, que,
                                         al menos, intente o haga todo lo posible para frenar esta loca marcha hacia el
                                         abismo de una humanidad desorientada y confusa. Diversos especialistas (ecolo-
                                         gistas, urbanistas, médicos, sociólogos, psicólogos, filósofos, moralistas...) vienen
                                         ofreciéndonos soluciones. ¿Les haremos caso o seguiremos como hasta ahora?
                                         El problema es grave y requiere la atención de todos. No olvidemos que, poco a
                                         poco, lentamente, casi sin darnos cuenta, estamos deteriorando nuestro habitáculo
                                         sin cesar. ¿Continuaremos contaminando la atmósfera, los mares, los ríos, hacien-
                                         do desaparecer los bosques y zonas verdes, dañando los paisajes, convirtiendo lo
                                         que ayer fueran deliciosos sitios de recreo y esparcimiento en vertederos de basura
                                         y residuos nocivos y, muy especialmente, construyendo ciudades incómodas e
                                         insufribles por muchas causas?
                                         Pensemos que uno de los mayores alicientes que tienen los mayores es el turismo,
                                         ensoñadora actividad que hace rejuvenecer, crea ilusiones y alegría, proporciona
                                         vasta cultura, facilita la comunicación y entendimiento de unos pueblos con otros,
                                         aunque estén alejados o pertenezcan a diferentes continentes, y representa una
                                         de las más hechizantes distracciones. Y contribuye notablemente a la paz univer-
                                         sal y crea trascendentes lazos de amistad entre los hombres de las más diversas
                                         latitudes. Pero, para que este mágico mundo del turismo tenga plena realidad,
                                         necesita de un amplio sentido ecológico por parte de los gobernantes y sectores
                                         influyentes, que erradique los errores hasta ahora cometidos contra la naturaleza
                                         en sus más variados aspectos. Y también que se solucione ese largo conjunto de
                                         problemas para conseguir ciudades más higiénicas y amables para la vida. Seguro
                                         que los niños, los mayores y las generaciones venideras lo agradecerán.



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