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Opinión

RODRIGO RUBIO / ESCRITOR

La partida de cartas estaban muy buenas. Al comerlas, se bebía
mejor, con más ganas.
A quellos hombres, ya con
muchos años, con muchas Los hombres, por lo menos aquéllos, no se
fatigas encima, en vez de ir al jugaban los cuartos. Sólo había un puñado de
casino, solían reunirse en la habichuelas sobre la mesa, para ir retirando,
cocinilla de una casa, en las según los tantos, las ganancias. Todo consis-
tardes de invierno, al calorcillo tía en pasar la tarde, con lluvia en el patio, en
del sagato, y allí jugar sus las calles, sobre los tejados. Tardes sin radios,
interminables partidas de cartas. sin televisiones, sin nadie que, desde fuera,
Por lo menos, eso era lo que le gustaba metiera cizaña. Sólo el silencio de la tarde
a mi padre. Él quería que los amigos vinie- gris, nublada; sólo ese silencio que envuelve
ran a casa, que se sentaran en su cocina, a los pueblos que viven por sí solos, en medio
que se calentaran con su lumbre y que de la llanura, y que siempre temen, llegado
bebieran de su vino. Y muchas tardes, sin de fuera, cualquier sobresalto.
que fuera fiesta, allí, en aquella cocinilla
con sagato y ventana al patio de la parra, Las mujeres de la casa, mientras tanto, a
se sentaban alrededor de una mesa baja lo mejor bordaban, remendaban o cosían en
para jugar al mus, durante horas. otra habitación, en la que también tenían
Los que venían eran los mismos vecinos y ventana, con reja, al patio, por el que, a últi-
amigos de siempre. Venían el cuñado de mi ma hora, revoloteaban los gorriones.
padre, Fernando Cinco Duros; Santiago, el
Herrero; don Raimundo Sierra, el Secretario, Las muchachas jóvenes estaban con sus
y Eduardo Apolinar, y no sé si algún otro. amigas, las madres con sus vecinas, en la
Jugaban a las cartas y bebían vino. A veces cocinilla sólo los hombres, que fumaban –mi
bebían de la redoma; en otras ocasiones mi padre no–, que tosían, por el picorcillo del
padre subía de la cueva un pucherete de tabaco verde y también por el humo que a
barro, lleno a rebosar, y de ese puchero echa- veces, como se ha dicho –y más si soplaba el
ban a un vasito, en el que, por turnos, lle- viento ábrego–, rebocaba por la chimenea.
nándolo cada vez, bebían todos.
Entonces no se miraban tanto las cosas Eran tardes de invierno con mucho
de la higiene como ahora, o no éramos tan sosiego. Los muchachos se metían en las
aprensivos. Todos se consideraban sanos, cuadras para hablar de sus cosas, o se
aunque tosían, porque fumaban y por el iban al casino, para allí jugar también
humillo que a veces rebocaba de la chi- algunas partidas o echarse unos bailes, si
menea. la ocasión era propicia.
Pero por aquellos años no había tanta
gente para dar toda clase de consejos. No Aquellos hombres, que no llegaron a ver
había televisiones que enseñan pero que la televisión, que no tuvieron ante sí cha-
también atontan. Los hombres, bien comi- valas medio desnudas, vivían su sosiego,
dos en casa, generalmente un caldopatatas aunque, eso sí, traían muchos hijos al
o una olla podrida, picaban algo ahora, para mundo. Cabe que todo aquello fuera malo,
beber. Comían unos trocitos de queso, o de o peor de lo que se vive ahora; pero uno no
bacalao, o asaban unas patatejas en el fros- puede olvidar que un abuelo o un padre se
quil de la lumbre. Las patatas, más bien de moría de viejo en su casa, rodeado por su
las menudas, peladas y con un poco de sal, gente, y que ahora, sólo en Madrid, en un
año, se han muerto más de sesenta ancia-
nos solos, en sus casas, generalmente de
los barrios antiguos, donde ya casi no habi-
tan más que esos viejos y los muchachos
de color que vienen de otros mundos.

66 Sesenta y más
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