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Dejando Huella






                            Beethoven
                            Beethoven







          C     uando el músico Haydn – autor de dera era creciente, pero ello no frenó su
                “Las siete palabras” que com- capacidad creativa. En la primera dé-
         C puso para la capilla de la Sta. cada del siglo XIX compuso entre otras
         Cueva de Cádiz –asistió al estreno de su obras las sinfonías 3ª, 4ª, 5ª y 6ª. En
         obra “La creación, exclamó asom- los años siguientes dejó de intervenir en
         brado: “Dios mío ¿esto lo he hecho público pero siguió creando. Reclinaba
         yo?”                                        sus oídos sobre las cuerdas con afán de
                                                     rescatar sonoridades evanescentes. Con
         Pero Beethoven no pudo apreciar la pri-
         mera audición de su “Novena sinfo-          la misma tenacidad de aquel Sísifo lo
         nía”, pues se lo impedían sus sordera.      volvía a repetir sin apenas éxito. A su
                                                     amigo Wegeler le dijo que desafiaba al
         Sentado en el escenario, de espaldas al
         público, pretendía seguir el concierto      destino “cogiéndolo por el cuello”
         hojeando las partituras. La cantante Ca- Nunca perdió del todo la confianza de
         rolina Unger que intervenía en los coros, recuperar la audición. Su amigo Mälzel –
         le tocó en los hombros diciéndole  que inventor del metrónomo que aún hoy
         todo había terminado. Vuelto a la sala, día se emplea para regular el tiempo en
         observó cómo un  clamoroso estruendo la interpretación – ideó para él también
         de aplausos y vivas aclamaba al maes- una especie de trompeta acústica. En-
         tro.                                        fadado más tarde con Mälzel, dijo que
                                                     ambos artilugios, trompeta y metró-
         Beethoven no había cumplido aún los
         treinta años y ya sufría serias deficien-   nomo, no servían para nada y mientras
         cias auditivas. El pudor le impedía darlo   seguía creciendo su sordera, aunque de
         a conocer y no se atrevía a decir a los     un modo desigual, pues en ocasiones su
                                                     incapacidad le permitió componer sus
         demás que le hablaran más alto. Su sor-

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