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Tribuna


                  EL PRECIO                            jos. Así que presté atención, más   usted quiera —comenté con par-
                                                                                    simonia—, pero ¿por qué exacta-
                                                       que otras veces, al valor que (en
                  JUSTO                                dinero) los autores le daban a sus   mente cuarenta y tres con setenta
                                                                                    y ocho?
                                                       obras. Lo más bajo era veinticin-
                                                       co, pero los precios escalaban por
                                                       los cincuenta, cien, ciento treinta,   —A ver, señor, eso es lo que vale
                                                                                    el cuadro. Si le gusta, lo paga. Si
                  Texto: Julio Cerletti                ciento cuarenta y cinco, ciento   no, siga viaje —se ofendió el ar-
                                                       cincuenta, doscientos, doscientos   tista, que enseguida arremetió sin
                                                       quince, trescientos, cuatrocientos,   dejarme responder—. ¿O qué?
                                                       quinientos cincuenta, quinientos    ¿Se  sentiría  mejor si  le hubiera
                                                       setenta y cinco, seiscientos veinti-  puesto cuarenta y cinco redon-
                                                       cinco, setecientos. Mil parecía ser   dos?  ¿O  cincuenta,  o  cuarenta?
                                                       el tope para la feria.       ¿Por qué habría de ponerle un va-
                                                       Me detuve frente a uno particu-  lor así, arbitrario, si esto vale cua-
                                                       larmente feo. Era una especie de   renta  y  tres  con  setenta  y  ocho,
                                                       retrato soso de un zombi o algún   ni más nimenos? ¿Por qué todos
                                                       monstruo por el estilo. En tonos   los precios tienen que terminar en
                                                       verdes (prácticamente monoto-  cinco o en cero, eh?
                                                       no, o monótono) la pieza no decía   —Calma, calma. A veces terminan
                                                       gran cosa. El rectángulo del cua-  en noventa y nueve, por ejemplo
                                                       dro mediría unos veinte centíme-  —traté de serenarlo.
                                                       tros de ancho por unos treinta de   —Una patraña. Un intento de
                                                       alto y estaba hecho en el estilo   ocultar una cifra terminada en
                                                       simplón de la historieta, con so-  cero de valor superior. Todos sa-
                                                       brecarga de sombras negras, lí-  bemos que cuarenta y nueve (o
                                                       neas en tinta china y un color que   cuarenta y nueve con noventa y
                 Paseaba yo por una feria callejera, en un   (si no estaba hecho por medios   nueve) es en realidad cincuenta;
                 tramo donde se concentraban los artistas.   informáticos) podía ser de aeró-  pero  uno  ve  el  cuatro  y  piensa
                 Había cuadros de todo tipo, estilos, colores y   grafo, acrílico o similar.  que es menos que cinco y cree
                 tamaños.                              No  obstante,  lo  curioso  de  esta   que paga más barato lo que en
                 Algunos parecían hechos en serie con algu-  pieza mediocre no era la pieza en   realidad es más caro —argumen-
                 na magnífica técnica que permitía a su artista   sí, sino su precio: cuarenta y tres   tó apuntándome con el dedo,
                 crearlos en segundos, pero con un notable   con  setenta  y  ocho.  Sí,  exacta-  como si yo fuera responsable de
                 efecto final (paisajes galácticos, oníricos, bu-  mente “43,78” Me quedé mirando   la mentira oculta en el nueve.
                 cólicos). Su tamaño era más bien pequeño y   fijo el cartelito con la cifra, cuando   —Si  usted  lo dice —otorgué,  sin
                 su precio, en consonancia.            salió el autor de su caseta y me   ganas  de discutir  con el artista
                 Otras obras eran más grandes y elaboradas:   preguntó:             que parecía estar enfrascado en
                 cuadros de gran formato, pintados con esme-  —¿Qué? ¿Le gusta?     su propia batalla, o en una discu-
                 ro en la línea más clásica de la pintura clási-  —Si le digo la verdad, me llama la   sión diferente con los otros artis-
                 ca. Los temas variaban, pero siempre dentro   atención el precio —le respondí,   tas de la feria sobre el precio del
                 de lo clásico: desnudos, payasos, naturalezas   para evitar tener que comentar   arte.
                 muertas, marinas, retratos. Los precios, claro,   eso—. ¿Es el precio sin impues-  Supuse, en el fondo, que el artista
                 también variaban.                     tos? ¿O con impuestos?       me engañaba a mí. Que el núme-
                 Había exponentes del impresionismo, copias   —¿Por qué? ¿Cuál es el problema   ro no era en realidad el valor que
                 más o menos logradas de pinturas famosas   con el precio? —inquirió con cu-  él asignaba a su pieza, sino una
                 (Van Gogh, Dalí, Picasso, Klimt, Kandisnsky)   riosidad el artista, casi con miedo,   protesta, una creación artística en
                 y cierto arte recargado más cercano a la ilus-  como si pensara que yo era un   sí destinada a cuestionar la arbi-
                 tración de las portadas de los cómics que al   inspector tributario.  trariedad del precio del arte, o de
                 óleo de Leonardo.                     —Es  raro,  no  sé…  esos  decima-  cualquier precio en general.
                 Me gustaba recorrer ese tramo de la feria y   les… —seguí yo a lo mío, tratando   Murmuré un buenos días y me
                 ver la diversidad de artistas, técnicas y resul-  de sacarle el motivo del número.  alejé de ahí despacio, mirando de
                 tados. De vez en cuando, incluso, podía verse   —¿Qué pasa? —se envalentonó el   reojo el cuadro verdoso. “Cuaren-
                 a uno de los pintores en acción, quizás lo más   artista, cuando vio por dónde iban   ta y tres con setenta y ocho”, pen-
                 asombroso y entretenido de todo el paseo.  los tiros— ¿Acaso esta obra no   sé  para  mí,  “si  esa  porquería  no
                 Ese día había cobrado un dinero extra y ha-  puede valer cuarenta y tres con   vale más de veintitrés con treinta
                 bía pensado en hacerle un regalo a alguien.   setenta y ocho?      y siete; con treinta y nueve, a lo
                 Por qué no, me dije, alguno de estos traba-  —Realmente, puede valer lo que   sumo”.



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