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| OPINIÓN

                                               onocí a Luis Raluy hace ya muchos años cuando tenía su circo instalado
                                          Ccerca del Paseo de Rosales de Madrid. Hicimos buenas migas rápidamen-
                                          te, Luis Raluy era el propietario y director, junto con sus hermanos Carlos y
                                          Eduardo, además hacía siempre el papel del payaso, el payaso clásico, alto, ves-
                                          tido con traje de cuadros de colores, cuello  blanco con lentejuelas, con gorro
                                          puntiagudo y la cara pintada también de blanco con los ojos y los labios pinta-
                                          dos de rojo y los coloretes.

          EL CIRCO                        Los carromatos del circo llamaban la atención, eran de maderas entreveradas
                                          y cuidadísimas, todo de la “belle epoque”, carromatos de una belleza enorme,
          RALUY                           así como la delicadeza el detalle y todos los entresijos, la carpa o “chapiteau”,
                                          la pista, los palcos, las butaquitas de los asientos, todo en rojo y todas las
                                          atracciones, los malabaristas, los trapecistas, los animales, las estrellas invita-
                                          das de otros países exóticos, los faquires que escupían fuego, el arroja puñales,
                                          sus bellísimas hijas Louisa, Rosita y Kerry, pero lo más importante de todo
                                          fue que al conocernos Luis me dedicó todo su tiempo y yo todo el mío ambos
                                          sin ninguna prisa y es por eso que conectamos, los dos éramos artistas, artistas
                                          auténticos y bien sabe Dios que en mi tumba me gustaría que pusieran “artis-
                                          ta” como pudieran poner también “escritor”.

                                          Como pueden suponer Luis Raluy me dio sus libros de matemáticas, su vocación
                                          íntima y quizá más auténtica como la mía pueda serlo el piano, todos ellos publi-
                                          cados, libros que en su día me regaló a lo que yo correspondí con algunas de mis
                                          novelas y no recuerdo si también con obras de teatro. Se inició así una correspon-
                                          dencia entre Aldea, su lugar de residencia en Cataluña y Madrid. Pero el circo Ra-
                                          luy viaja por el mundo entero, trasladan sus carromatos, la carpa, los pertrechos,
        Germán Ubillos Orsolich           animales, personal, familias, se va con sus tres hijas, con su mujer y con sus nietas
        Escritor y dramaturgo             a lo largo de los cinco continentes. Tiene que preparar –imagino– las nóminas,
                                          la seguridad social, los impuestos, los visados, los pasajes de los barcos y de los
                                          aviones, las licencias dichosas de los ayuntamientos, de las comunidades autóno-
                                          mas y de los países de los cinco continentes, los impuestos, las programaciones,
                                          los ensayos… y la vida familiar, pues un circo es una gran familia, el circo es una
                                          tradición familiar que va de los padres a los hijos y de estos a los nietos y a los
                                          biznietos. Ahora se celebra el centenario de la fundación del circo (1.911 – 2.011)
                                          por parte de Luis Raluy Iglesias, dentro de cuyos éxitos únicos en el mundo per-
                                          duran el recuerdo de los números como el “hombre bala” (lanzado por un cañón)
                                          y el “triple salto mortal en coche”, quien todo lo hizo con excelente técnica, fruto
                                          del esfuerzo, disciplina y voluntad, pero también con sencillez. El “Circo Raluy”
                                          procura darle a todo un toque de sencillez y un toque poético muy humano.

                                          La primera vez que asistí al espectáculo lo hice con mi madre, con mi mujer y
                                          con mi hija Marta, entonces pequeñita, al final, al salir entre la multitud, la niña
                                          salió corriendo y se perdió en la oscuridad de la noche, yo, como siempre muy
                                          lento, le rogué a Luis Raluy: “¡Luis , por favor, la niña ha desaparecido, se ha
                                          ido por allá, por la sombra!”. Luis salió corriendo y unos momentos más tarde
                                          le ví aparecer más allá de la penumbra de la noche  –aún iba vestido con el traje
                                          de payaso– con la niña de la mano. Fue una escena inolvidable, jamás olvidaré.

                                          Ahora, después de muchos años nos hemos vuelto a ver, hemos comido jun-
                                          tos, hemos hablado de nuestras cosas, hemos cambiado simbólicamente nues-
                                          tras pastillas pues los dos tenemos la misma enfermedad fruto de la pre-vejez,
                                          hemos reído y nos hemos mirado con melancolía, hemos cambiado nuevos
                                          libros: de matemáticas y de literatura… Y una vez más, cuando nos hemos
                                          despedido, he sentido en el corazón como una punzada de melancolía, he de
                                          decirles lectores que admiro y quiero a Luis Raluy, “mi amigo el payaso”, que
                                          hace reír y hace tan felices a los niños. Sé que él tendrá reservado uno de los
                                          “asientos de pista” más cercanos a Dios en el paraíso.

        62    Más fijos
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