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| OPINIÓN
¿He hecho muchos viajes en mi vida y he conocido a ilustres viajeros. Recuer-
do con especial agrado a dos de ellos: Charles D´Gaulle y Conrad Adenauer.
Conocí a D`Gaulle en junio de 1970. Le acompañé en su recorrido por Es-
paña. El hombre que fue capaz de reconciliar a franceses y alemanes después
de la guerra y dio los primeros pasos para la reconstrucción de Europa, era un
viajero impenitente. Viene a mi memoria aquel galopar tras las ruedas de su
VIAJAR Citröen negro con el que cruzó la península. Protagonizó muchas anécdotas,
como la cama que tuvieron que hacer a su medida. El ex presidente francés
DESPEJA media un metro noventa y dos centímetros y las camas del parador “Gil Blas”
de Santillana solo un metro noventa, los improvisados “déjeuner sur l´herbe”,
LA MENTE su conversación con la gente. Recuerdo la especial atención que prestaba a su
esposa madame Ivonne Ventroux, su humanidad, su corpulencia, sus marca-
das facciones como talladas sobre la roca.
“Creo que viajar, cambiar de escenario, recorrer distintos lugares despeja
la mente. Yo, con este viaje por tierras españolas, he recuperado mi vigor y
cumplo un viejo deseo guardado en secreto durante años”. Me dio a enten-
der que la circunstancias políticas en nuestro país le habían impedido reali-
zarlo antes. Le gustó España y pensaba escribir sobre ella. No sé si lo hizo.
Recreaba su ánimo con el placer de llegar y el dolor de partir. No le hizo
falta imaginar un viaje como el de Orfeo al hades, el recorrido de Dante
por el infi erno, el purgatorio y el paraíso en la “Divina Comedia”; los viajes
chamánicos o el viaje a lo desconocido por razones de fe, como hizo Abra-
por César de la Lama. ham; los viajes míticos de Gilgamesh, Ulises, los argonautas, para sentir ese
(Escritor y Periodista) cambio o liberación lejos del lugar cotidiano que a veces nos limita cuando
el entorno condiciona nuestra personalidad. Esto es lo que más les apetecía
a estos excepcionales viajeros, alejarse de sus problemas por unos días.
Recuerdo también al “eterno joven de la política europea”, su temple de
hombre de bien y su estilo elegante y apuesto con el que hablé dos meses
antes de su muerte. Llegó en un “Jeet” una fría mañana de febrero de 1967,
acompañado de su hija Lisberth Werhahan, apoyándose en un bastón, cu-
briendo su cuello con una bufanda gris y el sombrero negro en la mano.
Conrad Adenauer que rehabilitó Alemania, cuyo destino dirigió durante
catorce años; terminó con el odio del régimen de Hitler, luchó por la unidad
europea y fi rmó el Tratado de París en 1952, quería conocer la patria de Cer-
vantes, “ver con mis propios ojos el país cuya cultura ha sido tan sumamente
importante para el desarrollo de la civilización; así satisfaré uno de mis ma-
yores deseos”, me dijo el nonagenario ex canciller alemán.
Ambos buscaban lo diferente. Todos llevamos dentro un aventurero, y a
veces un vagabundo, que nos hace soñar con nuevos horizontes pese a es-
tar sumergidos entre el hierro y el cemento de la ciudad. Resulta difícil ser
diferente, peculiar, exclusivo. Todos nos movemos, alimentamos, vestimos,
y yo diría que pensamos, de la misma manera. Creo que sólo la norma aca-
baría por destruirnos. Por eso tenemos que buscar, y mucho más a la vejez,
el nuevo panorama que nos ofrecen los viajes, aunque se trate de un viaje a
la vuelta de la esquina. La monotonía, la pasividad, la falta de interés por el
mundo que nos circunda nos puede sumergir en un viaje sin retorno.
Viajar no es otra cosa que cambiar de escenario, muchas veces en busca de
valores que habitualmente no encontramos a nuestro alcance como la propia
madurez, el conocimiento, la paz interior, sobrevivir. Viajar es ganar la partida
a la costumbre, aparcar los problemas por cierto tiempo. Es sobre todo leer
el mundo e interpretarlo a nuestro antojo. Viajar libera y tranquiliza la mente.
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