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Opinión
RODRIGO RUBIO / ESCRITOR
Carta de la
hermana mayor
Querido hermano: Hoy voy a escri-
birte una carta diferente a otras.
Casi siempre te hablo de penas,
sobre todo desde que se nos fue
nuestra querida Lola y a Manolo le
dio la trombosis. Tengo motivos
para esas penas, pero soy fuerte, y creo que
Dios me ayuda. Los dos hijos que me quedan
están bien y viven su vida trabajando y con
salud.
Nosotros, Manolo y yo, nos vinimos a vivir a
esta residencia de Villareal, para no darle traba-
jo a los hijos, para estar cerca de Fernando que,
como sabes, tiene un buen empleo, como dise-
ñador, en una de las más importantes industrias
de la cerámica.
El otro, Manuel Angel, vive en Valencia, que
no está lejos y que, como nos quiere tanto, siem-
pre que puede se acerca a vernos. Lo peor, me
parece, es que no anda bien con su pareja, y me
temo lo peor, ahora que ya tienen un niño,
Miguel, precioso.
Bueno, yo quería hablarte de otras cosas, y es
que hemos hecho un viaje formidable, te diría,
sin exagerar, que casi fabuloso. Hemos estado
quince días en Mallorca. Qué cosa más divina,
qué tiempo, qué hermoso todo, y lo bien que nos
han tratado. Aunque Manolo no está bien, ya
sabes: medio paralizada la parte derecha de su
cuerpo, pierna y brazo, y con el hablar torpe,
todo eso desde la trombosis, yo lo he animado.
La asistente social de la residencia nos lo ha
preparado todo, con los centros oficiales que
patrocinaban estos viajes, y la verdad es que
estoy contentísima, maravillada por todo lo que
hemos visto y vivido. Ya te mandaré fotos.
Tomamos un avión en Valencia, medio de
transporte que yo nunca había utilizado y al que
le tenía un poco de miedo. Pero todo fue muy
bien. Qué comodidad, qué alegría en las gentes,
aunque alguna compañera, más viejecita que
nosotros, lloraba, por si no volvía a ver a sus nie- que, primero él, luego -tres meses después- ella, ya se han
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tos. Qué hermoso el despegue, y qué suave el
aterrizaje. Desde el aire, vimos el mar, las costas
de Valencia cuando se quedaban atrás; luego,
las costas de Mallorca, y Palma, con su inmen-
sa catedral, y su puerto, repleto de barcos. Los
barcos que habíamos visto por el mar nos pare-
cían juguetes desde las alturas.
Y luego, todo lo que vino después: un buen
hotel, donde nos instalaron cómodamente. Y las
fiestas que allí hacian, con animadoras y anima-
dores, con música de orquestas de bailes. (Te
diré que hasta la viejecita que lloraba en el
avión, al subir en Valencia, ya bailaba y todo,
con su marido, un abuelito todavía bien puesto).
Y las excursiones que hicimos, a Manacor, a
la Cuevas, tan fantásticas; a Valldemosa, donde
nos contaron esa hermosa historia de la escrito-
ra francesa y el pianista polaco, enfermo de
tuberculosis él, pobrecillo.
Te digo que todo era muy hermoso, y noso-
tros, pese a que Manolo en algunos momentos
se encontraba mal, fatigado, lo pasábamos bien.
Ya te lo conté en aquella postal que te enviamos
precisamente desde Valldemosa.
Bueno, pues, como ves, hoy te he hablado de
cosas más bonitas y alegres. Creo que hicimos
bien programando ese viaje, un disfrute casi
inesperado para nuestra edad y nuestra situa-
ción económica. Pero nos resultó barato. Sobre
todo porque hemos disfrutado, porque hemos
estado bien atendidos, porque hemos visto
cosas hermosas y porque también nos dimos
cuenta de que había otras gentes a nuestro lado
que, tal vez sin haber viajado nunca -o quizás
por eso-, se lo estaban pasando de maravilla. Te
quería contar todo esto, y no te importe, tu que
escribes en los periódicos, difundirlo por ahí,
pues es muy hermoso que los mayores, después
de tantos años de lucha, disfrutemos algo de la
vida. Un abrazo de tu hermana...
NOTA: Esta carta, u otra parecida, me la escribió mi her-
mana Florentina hace ya más de tres años. Yo nunca la he
comentado. Ahora he querido referirme a ella, quizas por-
ido de este mundo. Ha sido como recordarles en algunos
momentos que, al parecer, fueron felices para ellos.