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| OPINIÓN

                                               reo que en buena parte soy la prolongación de mi pasado; el resul-
                                          Ctado de un recuerdo, decía Baroja. Cuando mi cerebro le permite a
                                          la mente recuperar la información de días pasados, se agolpan en mí las
                                          conexiones sinápticas repetitivas neuronales y los recuerdos fluyen en cas-
                                          cada con todo su significado. Me alivia rememorar mi existencia. Por eso
                                          traigo aquí, en síntesis, el recuerdo de algunos personajes con los que hablé
                                          en mi dilatada vida profesional. Recuerdo que el gran músico vasco Pablo
          EL VALOR                        Sorozábal (“La del manojo de rosas”, “La tabernera del puerto”, “Katius-
          DE LOS                          ka”), me dijo en Deva: “Cuando oigo el batir de las olas siento una especie
                                          de sonidos ocultos que afloran a mi mente que intento plasmar en notas
          RECUERDOS                       musicales”. Sofía Loren me confesó su temor por la vida. Sus enormes
                                          ojos verdes se dilataron: “No puedo olvidar los tristes años de la guerra en
                                          Ruzzoli, tenia 14 años. Por eso siento un temor que me acecha, ni siquiera
                                          me atrevo a conducir mi propio automóvil”.

                                          El 26 de octubre de 1967, en el palacio de Goléstan (Teherán), el Sha y
                                          la emperatriz Farah se coronaron a sí mismos emperadores de Irán. ¡Tre-
                                          mendo! Farah me dijo: “Creo que todo este ajetreo está justificado porque
                                          mi mayor deseo e servir a mi pueblo”. El dictador Ferdinand Marcos me
                                          habló en castellano: “Estoy transformando el país. Para conseguir el apoyo
                                          popular hay que llegar a veces a suprimir el “habeas corpus”. Impuso la
                                          Ley Marcial. “Ahora seriamos musulmanes, si Magallanes no hubiera lle-
                                          gado aquí en 1521”, me dijo Carlos P. Rómulo, amigo de España. Se había
                                          borrado el vestigio español, pero Filipinas no se llamaría Rizalía.


        César de la Lama                  El dictador argentino Juan Domingo Perón se enfadó conmigo: “¡Me cha-
        Escritor y periodista             faste el retorno, boludo!”, me increpó. Di la noticia de su viaje clandestino
                                          a Argentina y tuvo que volver desde Rio de Janeiro. Luego le acompañé en
                                          su regreso oficial en 1972. Viví sus “diálogos por la ventana” con el pueblo.
                                          Pero su peronismo se olvido por vieja milonga. “Sabes, yo deseo servir a mi
                                          país aunque sea de peón albañil”. No convenció a las masas. “¡Esperaba
                                          más de este pueblo, me voy desilusionado!”


                                          El líder de los derechos civiles de los negros Luther King, me anticipó
                                          inocentemente en septiembre de 1964 su presentimiento de que iba a ser
                                          asesinado. Nobel de la paz, venía de ver a Paulo VI. “Muy pronto se so-
                                          lucionaran los problemas racistas si gana las presidenciales Lyndon B. Jo-
                                          hnson”. Ganó, pero se equivocó. Nos hicimos una foto, él con una guitarra
                                          española en la mano.

                                          El millonario Nelson Aldrich Rockefeller se refugió en Ávila. Era gober-
                                          nador de Nueva York y quería ocupar la Casa Blanca. Desde el monu-
                                          mento de las “cuatro columnas”, las vistas eran maravillosas. Él me habló
                                          de su política. Y yo le dije que Santa Teresa allí mismo se sacudió el polvo
                                          de sus sandalias cuando abandonó la ciudad. Le hizo mucha gracia ese
                                          gesto de soberbia de la santa castellana. “Estas tierras tienen algo, aún
                                          no se qué; pero es algo especial que vale la pena tener en cuenta”. Hablé
                                          con la cosmonauta rusa Valentina Tereshkova en el Gran Hotel de Roma,
                                          en septiembre de 1967 (primera entrevista de un periodista occidental) La
                                          “señora del Vostok VI” no era la misma del vuelo cósmico del 63, se había
                                          endurecido. Sobre su pecho: insignias de astronauta, diputada, del Soviet
                                          Supremo y heroína de la URSS. Cuatro mujeres, cuatro; vestidas de azul y
                                          turbante la protegían. “No pienso en mis hazañas, allí me siento tremen-
                                          damente pequeña. Lo importante es sentirse útil a la Humanidad. Desde
                                          arriba, la Tierra es como una novia compuesta con su blanco velo”.

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