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| OPINIÓN
TENEMOS LA
ara el griego Hesíodo y el latino Ovidio el ser humano vivía cinco
EDAD DE LOS Petapas que le caracterizaban. Desde la edad de oro, en que gozaba
DESEOS de gran paz y felicidad sin trabajar y joven desde el primero al último
día de su existencia, hasta la del hierro, edad calamitosa y desgraciada
a más no poder. Este simbolismo mitológico de los poetas nos hizo
pasar por toda la escala de valores semejantes a los metales: oro, plata,
bronce y hierro. Luego vino la edad de los héroes, semidioses que lu-
charon en Tebas y Troya, con una vida mejor. Hoy vivimos la edad del
amor y del odio. Lo que nos viene a demostrar que el ser humano tiene
la edad de sus deseos. Quien sigue amando, jamás envejecerá porque el
amor se convierte en deseo y este en vida. Y quien sigue odiando no se
podrá liberar de su dolor y mala conciencia.
Si en la vejez se carece de la plenitud del desarrollo biológico y mental
de la adultez madura –por ser la edad más inmediata a la anciani-
dad–, en cambio se goza de un mayor equilibrio y comprensión. Sin el
egocentrismo de la niñez o la infancia, pero con una amplia dosis de
César de la Lama reflexión y análisis. Sin llegar al idealismo de la juventud, pero con el
escritor y periodista deseo de seguir comprometiéndose. En la vejez se perfeccionan el con-
cepto de la justicia, la autonomía, la lealtad, la comprensión y las pro-
pias convicciones. Pese a la declinación del organismo y la debilidad
física, se mantiene la capacidad intelectual, la memoria, el pensamien-
to, la iniciativa propia, incluso la fantasía de la adolescencia porque
así lo deseamos. Y lo que es más importante, aún queda un rescoldo
entre todo ese submundo de “batallitas“ del pasado que empujan ha-
cia fuera los recuerdos para elaborar un proyecto vital, aunque sea de
espaldas al futuro. Por eso a veces los ancianos se parecen a los niños o
los adolescentes en sus deseos. Necesitan seguridad en sí mismo, inde-
pendencia emocional, intelectual y de acción. Y sobre todo necesitan,
como los jóvenes, afecto. Sentir y demostrar su ternura, su cariño, su
amor. Para así, de esta forma tan simple, encontrarse en la vida de for-
ma vital y vitalizante. La vejez, que para Gracián en “El Criticón” era
un premio, más que un apremio; para Platón en “La República” era
un estado de reposo y de libertad: apagada la violencia de las pasiones,
nos vemos finalmente libres de una multitud de tiranos. Tiranos que
hoy adoptan múltiples formas y actitudes en nuestra civilización.
Aunque vivamos en la edad del amor y del odio e impere a veces la
frustración y el fraude de una vida a plazo fijo, creo que después de
tantas y tantas batallas en nuestro camino hacia la nada el tiempo se
resistirá a consumir nuestra existencia, o al menos la prolongará, si de-
seamos continuar con plenitud en este mundo. La vida es una constan-
te lucha, tanto para los jóvenes como para los viejos. Y si mantenemos
esa llama que ilumine nuestro espíritu, nos sentiremos complacidos
con la vida. Por eso he pensado mientras escribía estas líneas: Hoy ha
salido el Sol, se han ido las nubes; y se ha alegrado la ciudad. Algo
muy simple. Pero que me ha devuelto el rayo de luz que yo pedía.
62 Más fijos