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| OPINIÓN
La obligación del escritor es refl exionar, es un ofi cio muchas veces ingrato
y mal remunerado, de alguna forma se parece al del sacerdote pues es una
entrega permanente a los demás, es una inmolación de su propia vida en
un gestarse y desgastarse hasta el fi n de sus días, hasta su último aliento.
La Para ello el escritor necesita de vez en cuando detenerse, pararse en seco,
subir a una roca o a una montaña y ponerse a refl exionar, a pensar, el
puño en el mentón como la famosa escultura de Rodín.
velocidad Hay que pararse pero pararse del todo y aunque se diga de él que siem-
pre ha estado refl exionando eso no es cierto, hay que refl exionar con
y el ruido mayor profundidad y para eso se necesita: 1°) Silencio. 2°) Quietud; y
3°) Un tiempo no mensurable.
Esto es lo que deberíamos hacer todos para sanearnos un poco, para
mirarnos por dentro y para mirar lo que nos rodea . Pero si casi nadie lo
hace, al menos para el escritor es fundamental.
Una de las primeras cosas que percibimos al detenernos, al pararnos en
seco, es una sensación al principio inquietante casi podríamos decir que
angustiosa, pero después se abre ante nosotros un mundo diferente de
paz, lleno de nuevas posibilidades, sonidos y colores. ¿El sonido del si-
lencio?, pues sí, ¿ el color de la inacción?, también; recuerdo un librito de
Germán Ubillos Orsolich Simonne de Bouvoir, la esposa de Sartre, titulado “¿Para qué la acción?”,
Escritor era un título que me desconcertaba, casi escandaloso, pero que en mi
primera juventud leí con pasión.
Bien, una de las primeras cosas que se perciben si uno toma la decisión
de detenerse en seco y en casi todo es: 1°) la captación de que la mayo-
ría de los ciudadanos se levantan cabreados y se acuestan cabreados.
2°) que van siempre corriendo como auténticos locos sin saber verda-
deramente hacia dónde.
Vivimos un mundo frenético y alienado, una forma de vida embotada
y anestesiada, mejor diría engañada, que corre hacia el fi n equivocada-
mente pues le han robado su tiempo, lo más precioso y lo único exclusiva-
mente humano, el tiempo del que dispone desde la cuna hasta la tumba.
Es muy triste comprobar hasta qué punto la maquinaria que ha fa-
bricado el hombre es un ente perverso que le arrebata el atributo más
específi co y maravilloso: su tiempo.
¿Por qué esa maquinaria exprime toda su libertad, la cualidad que les
diferencia de los animales?
Buena parte de nuestros semejantes, quizá nosotros mismos vivimos como
animales, sin posibilidad de pensar o mejor dicho sin tiempo para hacerlo.
Si consiguiéramos verdaderamente pensar en silencio, gran parte del bien
y del mal que nos acecha se volatilizaría y con ellos el sufrimiento y el pla-
cer, otra forma de sufrimiento solo que con “mejor buena prensa”.
No estoy hablando de teorías orientalistas, intentemos detenernos una
temporada, salirnos de la velocidad y el ruido, veremos cuán diferente es
la vida, y cuán distinto es el lugar donde Dios nos ha procurado cobijo.
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