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| OPINIÓN
onocí a Octavio Uña Juárez hace unos veinte años, tenía una ex-
Cpresión entre amable y cercana, había formado parte de la Orden
CRONICAS Agustiniana donde ya le oí ciertas homilías extraordinarias, nos presentó
José Joaquín Catá, ya fallecido, catedrático de instituto. Así comenzamos
DEL la andadura de los “Premios Croché” de narrativa y poesía, que Manolo
Míguez y Mari Cruz Lorente patrocinaron siempre de forma impecable y
OCEANO cordial. Me llamó la atención que fuese el propio Octavio quien me pro-
puso ser presidente de aquellos jurados, siendo él, como ya intuía, muy
superior a mi, pero formamos, eso sí, un grupo compacto y bien avenido
de amigos que lo seríamos después y ya para siempre. Ese jurado lo pre-
sidí durante diez largos años y siempre Octavio me sentaba a su lado y
en el centro de la mesa….. Ha transcurrido el tiempo y Octavio Uña ha
ido ganando cátedras y licenciaturas, licenciaturas en fi losofía y letras,
psicología, ciencias políticas y sociología por la Complutense, y ciencias
humanas y teología por la Universidad de Comillas . Ha ampliado estu-
dios en Alemania, Inglaterra, Bélgica y Estados Unidos. Ha viajado por
medio mundo, por Europa y América, por Asia y por Australia y Nueva
Zelanda, unas veces por placer y la mayoría dando conferencias, pues es
muy requerido de todas las Universidades nacionales y extranjeras.
Germán Ubillos Orsolich .
Además de su obra ensayística y científi ca, fi losófi ca, teológica y socioló-
gica, tiene en su haber unos veinte libros de poemas, esta faceta de poeta
es como el broche de oro, el tesoro más querido y escondido de su alma,
algo así como el perfume o el rescoldo de su más íntimo ser, perfume que
depura, destila y almacena con toda la delicadeza de su personalidad.
Ahora acaba de publicar en el Servicio de Publicaciones de la Universi-
dad Rey Juan Carlos sus “Crónicas del Océano”, prologadas por Luis
Alberto de Cuenca. “Crónicas del Océano” es un libro abierto – como
dice de Cuenca – a la variedad y a la inmensidad. En él dedica poemas a
la Venecia eterna, joya de hermosuras y de melancolías, a Bizancio, a pa-
rajes poco conocidos como las tierras de Australia y las Neozelandesas,
también a sus lugares más queridos como el cercano Mediterráneo y su
Zamora natal, a su “Castilla la Vieja” y también a su amor por la con-
templación de los inmensos horizontes y paisajes, de las islas Canarias
a las que yo tanto amo, y a las pequeñas cosas, a los animales, como al
caballo Winroy que él inmortalizara…” caballo castaño, apacentándose
de estrellas en la hierba”.
Vemos así a un Octavio Uña de carne y hueso que paladea la vida y sus
mil maravillas y placeres, que como un esteta, un contemplativo o un
gourmet, que lo es, sabe sacar a la vida lo que esta tiene de positivo y
hermoso, que es mucho.
Estaba leyendo este libro tan bello cuando mi hija puso música de
“Abba”, la mejor de este grupo, y me pareció fl otar entonces entre el
cielo y la tierra, en unas moradas de otra dimensión, donde puedo ase-
gurarte, lector, que estas “Crónicas” pueden llevarte siempre de la mano,
de la inmensa cultura de Octavio Uña, tan magnífi co, que además tengo
la suerte de que sea mi amigo.
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