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                                         Opinión






                                         GERMÁN UBILLOS ORSOLICH / PREMIO NACIONAL DE TEATRO



              Villacorta




                                                    or primera vez llegué a Villacor-  con montañas rojas surcadas por desgarra-
                                                    ta en taxi, mi coche se me que-  das torrenteras y abajo prados de cereales de
                                                    dó averiado en Riaza y mientras  secano y “tenadas” como llaman a unos
                                                    lo arreglaban uno de los taxistas  caserones (algunos semiderruidos) para
                                                    de la población segoviana me     cobijar al ganado. Esa impresión me persi-
                                         Pcondujo casi a través de un bos-           guió durante mucho tiempo desde aquel día
                                         que por una carretera bien asfaltada pero   en que el amable taxista de Riaza me con-
                                         zigzagueante, como en una especie de rally.  dujo hasta allí. Más adelante subiría hasta El
                                         Villacorta era el pueblo de mi suegra, poseía  Muyo, el pueblo de mi suegro fallecido antes
                                         una casa de dos plantas y gruesos muros jun-  de que hubiese yo podido conocer a su hija,
                                         to a la plaza mayor o para ser más exactos  ahora mi mujer. El Muyo es más impresio-
                                         junto a la única plaza del lugar. Villacorta es  nante si cabe, pueblo negro, de tejas negras,
                                         uno de los “pueblos rojos” de la llamada sie-  de piedras negras, de suelo y casas negras,
                                         rra pobre, la sierra de Ayllón, con calles de  algo de un dramatismo trágico único en el
                                         tierra rojiza sin asfaltar, allí mi hija Martita  mundo, “colgado” a una altura de 1.450
                                         se lo pasa maravillosamente con sus primos  metros sobre el nivel del mar. Pastos de altu-
                                         y otros niños. El pueblo tiene una iglesia  ra, dos habitantes en invierno, un solterón y
                                         donde va un cura muy de tarde en tarde pues  una licenciada en filosofía y letras que se
                                         ya no quedan curas para abastecer toda la   casó con un ganadero. Este verano cuando lo
                                         región, tiene también un solo bar, el “Tele-  visitábamos Elena, la niña, su prima y yo,
                                         club”, que lo abren tres horas por la mañana  nos descargó una curiosa tormenta de una
                                         y tres o cuatro por la tarde, generalmente los  nube redonda y negra pero que no se movía
                                         vecinos son modestos, agricultores u obreros  y que no dejó de chorrear hasta su última
                                         emigrados a Madrid huyendo de los rigores   gota. Allí, en su iglesia parroquial abandona-
                                         de su trabajo, y que ahora vuelven durante  da, se hallaba la cruz y el cristo medieval en
                                         los veranos a sus viejas raíces, a sus recuer-  plata que llaman el Árbol de la Vida y que ha
                                         dos, a sentarse a “la fresca” por las noches  simbolizado la exposición cultural y artística
                                         en los poyatos de la plaza mayor, entre el bar  maravillosa aún vigente en la catedral de
                                         y la iglesia.                               Segovia.


                                           Pero lo más impresionante de este pueblo    Es curioso, durante muchos años El Muyo,
                                         segoviano, en su límite casi con Soria, es su  más allá de Villacorta, me ha impresionado,
                                         paisaje. La primera vez que lo contemplé y  me ha sobrecogido por su dramatismo. Últi-
                                         las veces sucesivas se me antojó salvaje y  mamente cuando fui de nuevo sentí una
                                         brutal, sobre todo si lo comparamos con     melancolía, una rara emoción, pensé mucho
                                         nuestra “modosita y civilizada” sierra de   en mi suegro Quintiliano, al que no llegué a
                                         Guadarrama, que es la que siempre he fre-   conocer, sentí una ternura extraña, quizá la
                                         cuentado más, tengan en cuenta que verane-  constatación de que tengo ya más familiares
                                         aba en El Escorial. Lo “salvaje y hasta bru-  y amigos muertos que vivos, más sombras
                                         tal” de la serranía y el paisaje que rodean  del recuerdo que pululan más allá del mun-
                                         Villacorta, es como si el hombre no hubiera  do que podemos aún ver, que figuras reales
                                         llegado hasta allí, un paisaje del paleolítico  que podemos conocer.


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