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                                         Opinión






                                         CESAR DE LA LAMA / PERIODISTA Y ESCRITOR







               La imaginación,                                                       ciso momento, con toda su grandeza y toda
                                                                                     su miseria. Yo tenía que imaginar un pre-
                                                                                     sente deseado, apetecido y reclamado por
               fuente de vida                                                        mi voluntad; o repudiarlo con firmeza,
                                                                                     según los casos. Porque yo no era solo un
                                                                                     producto de la emulación, sino una fuente
               en la vejez                                                           inagotable de imaginación y progreso en la
                                                                                     especie en la que me desenvolvía. Primero
                                                                                     fue la imitación de los ruidos hasta articu-
                                                                                     lar las palabras; después, los gestos de
                                                    a puesta de Sol, el crepúsculo
                                                                                     amor y odio; los alimentos y el vestido.
                                                    rojo y fulgurante que me invi-
                                                                                     Desde que nacemos buscamos lo más atra-
                                                    taba a la meditación y la nos-
                                                                                     yente, esté o no a nuestro alcance. Pero a
                                                    talgia, no era otra cosa que la
                                                                                     veces cometemos errores, sin darnos cuen-
                                                    impureza del polvo en suspen-
                                                                                     ta de que esta emulación empobrece nues-
                                                    sión recogido por la atmósfera
                                                                                     tra existencia. Ya no era suficiente para mí
                                         Ldurante el día y que adquiría
                                                                                     la independencia personal, o el haber
                                         ese color rojizo en el ocaso. A la mañana
                                                                                     superado las fórmulas sociales, la tiranía
                                         siguiente desde mi ventana la ciudad me
                                                                                     de la libido, los empeños reivindicativos y
                                         pareció distinta, más limpia y transparen-
                                                                                     los deseos del ególatra o el megalómano
                                         te. Se había producido un fenómeno natu-
                                                                                     para sentirme dichoso. Me empeñaba en
                                         ral como es llover. El aire penetró con
                                                                                     alcanzar cotas más altas de felicidad.
                                         mayor fluidez en mis pulmones. Y con una
                                                                                     Cuando realmente la felicidad radicaba en
                                         respiración más liviana y profunda, mi
                                                                                     las pequeñas satisfacciones que me pro-
                                         mente se despejó. Me di cuenta de que mi
                                                                                     porcionaba la vida cotidiana. Ahora he
                                         apreciación de felicidad o infelicidad tenía
                                                                                     decidido sentirme un poco  rousseauniano,
                                         mucho que ver con mi imaginación, mien-
                                                                                     y medir la felicidad por la menor cantidad
                                         tras que sobre el duro asfalto todavía nos
                                                                                     de males que padezco. Para conseguirlo
                                         debatíamos deseosos de emular los éxitos
                                                                                     me he refugiado en la imaginación. El úni-
                                         de los demás como objetivo para alcanzar
                                                                                     co paraíso del que no puedo ser arrojado.
                                         la dicha. Como si la existencia no pudiera
                                                                                     Porque sin imaginación no hay triunfo, ni
                                         ofrecernos otra cosa que imitar a los que
                                                                                     gloria. Y tampoco futuro.
                                         decían sentirse felices, sin analizar a cos-
                                         ta de qué.
                                                Pensé que esta falta de imagina-
                                         ción me impedía avanzar en el futuro y me
                                         limitaba a los arquetipos del pasado. Y mi
                                         vida, ya en la vejez, se movía entre lo que
                                         era y lo que había sido, olvidándome de lo
                                         que podía llegar a ser. Debería afrontar el
                                         futuro con imaginación, aunque el mundo
                                         se mostrara ante mí tal cual era en ese pre-



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