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Opinión

GERMÁN UBILLOS ORSOLICH / PERIODISTA

Casitas de alquiler vez en la vida), sabían a langostinos y a
ostras, quizá la fama que tienen les venga de
Desde la cima de monte aquellos sabores de leyenda. Hoy hay poca
Abantos, en los años cin- diferencia entre un langostino, un muslo de
cuenta, por la noche, se pollo o una ostra.
divisaba Madrid en el hori-
zonte como una fina luciér- Desde aquellas casas alquiladas veíamos tor-
naga de luz, entre la cumbre mentas monumentales, generalmente una por
y esa línea luminosa, la semana, eran espectáculos para nosotros, los
oscuridad más absoluta, allí veraneábamos, niños, fascinantes... En invierno caían grandes
en el Escorial. nevadas pero no sólo allí en la sierra, también
en la capital, la de mil novecientos cincuenta
Las viviendas eran de alquiler, viviendas conservó la nieve en Madrid cerca de un mes.
para la clase media más bien modesta, casas
de pueblo de tejas rojas alquiladas por sus Los Cinco Latinos, Paul Anka, Elvis, José
propietarios a los que veníamos desde la capi- Luis y su guitarra..., todas esas voces las oía-
tal para pasar tres meses del veraneo de anta- mos en las viviendas de alquiler, protegidos
ño. Nuestras padres iban y venían a la ciudad del calor sofocante bajo las tejas rojas.
solamente los fines de semana y en tren.
Nadie tenía coche, nosotros montábamos en He subido al monte Abantos de noche a
bicicleta, hacíamos tortilla de patatas en el mis cincuenta y tantos años, como en el filme
monte o chocolatada en el bosque de La “E.T.” la fina línea del horizonte se ha trans-
Herrería. No había discotecas, bailábamos en formado en una luminaria casi compacta que
los jardines de las casas alquiladas, en sus llega hasta mis pies, la contaminación alcan-
pisos, eran los guateques que durante el vera- za más allá de donde estoy, un área de ochen-
no se repetían con mucha frecuencia. De ta kilómetros de radio desde la Puerta del Sol.
aquellos guateques surgieron las ilusionadas Todo son urbanizaciones, viviendas en propie-
parejas después matrimonios, de los que dad construidas en edificios de hormigón y
muchos años después serían jefes del Gobier- cristal, áreas de césped, piscinas, tenis,
no, muchos de ellos impulsores de la España carreteras atestadas de modernos automóvi-
actual y de la Democracia. les, atascos, discotecas para bailar de noche,
masas de adolescentes saliendo de sus casas
Había poco dinero pero mucha ilusión. Las a la hora que nosotros llegábamos a ellas,
gallinas picoteaban en los corrales un poco de para regresar, a su vez, al amanecer; tonela-
hierba, algunas migajas que las echábamos, das de alimentos que saben a algodón, todo
se oía cantar a los gallos, la carne de pollo era eso quizá para que nos sintamos orgullosos.
carísima, inasequible, pero “sabía a pollo”, Los antiguos caseros han muerto, las gallinas
algo que desconocen las actuales generacio- por supuesto, Elvis también, nuestros padres,
nes y que posiblemente jamás conocerán, que venían a vernos el fin de semana en tren,
quizá en el paraíso. También los langostinos han muerto casi todos, ruge el desarrollo a
que se veían alguna vez al año y la ostras (una mis pies; ¿son felices, me pregunto? El silen-
cio de las estrellas parece darme una enig-
mática contestación.

66 Sesenta y más
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